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Cosas pendientes

November 12, 2014 Marcela Reyes

Foto: De la serie "Fecha de expiración" de Mariana Reyes

A veces se me olvida que estás muerto, que ya no estarás para contestarme con un comentario sarcástico y mordaz, que tampoco estarás si un día encuentro a alguien con quien compartir mi vida. Te vas a perder todo y apenas comenzábamos, apenas estábamos haciendo cosas, siendo. Justo apenas nos entendíamos después de todos estos años de estira y afloja. 

¿Cómo no estar encabronada? ¿Cómo no sentir rabia cuando veo gente muriendo a los 90, con 67 años de casados? 

Tú que ya no estás, tú que sabes todo, ¿cómo se sigue viviendo después de un golpe así? ¿Cómo sigues viviendo cuando ha muerto una gran parte de tu vida? 

Al parecer tendré que averiguarlo. Sobrevivir, sobre llevar la vida, a cuestas, porque todo pesa, dejar la casa cada mañana sabiendo que no estás. 

Dormir sabiendo que ha pasado un día más sin ti, y despertar, puta madre, despertar y enfrentar un día más —todos son grises—, lidiar con jefes idiotas, con gente que no entiende, que no tiene idea de la fortuna de querer a su padre, de tenerlo y poder pelear y reclamarle en persona. 

Estoy asumiendo tu muerte con sarcasmo, con sorna, con humor negro, porque no entiendo, no sé otro modo de hacerlo, parece una cosa tan estúpida que estés muerto. Que hayamos quemado tu cuerpo, que seas polvo. Que no vas a regresar como Lázaro. 

¡Papá! Te grito para ver si así me escuchas y te dignas a volver. A ver si decides luchar y quedarte. ¡Chingada madre! Maldigo absolutamente todo, al mundo, a Dios, a los doctores, a los pendejos del sistema de salud, al imbécil del doctor que corrió a mamá del hospital, a mí por irme cuando no debí, y a ti por pinches morirte. 

Me debes años, cumpleaños, celebraciones me debes peleas por decisiones idiotas o impulsivas que voy a tomar (for sure!). Me debes tanto. Te extraño tanto. No sabía que podía tener tanto dolor y al mismo tiempo seguir funcionando. 

Tengo ganas de mandar todo y a todos a la chingada. Tengo ganas de morirnos todos y que todo acabe. 

Perdón por ser tan dramática, es algo que nos viene de familia. 

No sé qué hacer, no sé qué hacer, todas las palabras me parecen vacías, inmerecedoras de tu recuerdo, de tu memoria. 

Las palabras son pocas para describir todo lo que sentí en ese camión cuando me dijeron: 

 

— Se murió tu papi. 

 

Tu papi, como si fuera una niña pequeña que necesita protección, and yet, ahí fui la más frágil, el ser más indefenso de todos. Ahí, en el asiento 24 de un Turimex, me sofoqué hasta que casi se me acabó el aire, hasta que el calor evaporó todas las lágrimas que tuve en esas horas. 

Nunca antes otro ser humano me repugnó tanto como mi vecino del asiento 23 con su tos y su gripa, con sus movimientos adormilados. 

Nunca he estado tan triste, tan desolada. Hay algo de la muerte que se siente tan predecible, que se anticipa y te dice: aquí vengo, cuidado que ya llego. 

Por eso cuando S. me dijo que te iban a entubar, que estabas grave, lloré como pocas veces he llorado en esta vida. Esto, tu muerte, tu enfermedad, verte tan indefenso, tan insignificante, mira que eso es fuerte. 

Lo que la gente no entiende es que la vida sí se detiene, como está detenida ahora por tu ausencia. 

En realidad te digo todo esto porque se me acaban las maneras de decirte que te extraño y porque esas palabras ya no bastan después de este tiempo, después de vivir dos meses sin ti. Las putas palabras que no existen para nombrarte, para decirte todo lo que me queda pendiente. 


Sobre el autor:

Marcela Reyes

Mejor conocida en los bajos mundos del internet como Marcemars. Escribe, edita, traduce, da consejos sobre conejos y pone ñoñerías en Escritorio Público. En los últimos meses le ha dado por preguntarse cosas sobre la muerte, el duelo y el dolor.

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Tu mamá... patria

November 11, 2014 Haydeé Compeán R.

Fotografía: Fuente

Hace algunos años ya que decidí que no era católica, que aunque conozco muchos que “si son pero no van a misa”, a mi me causaba conflicto reconocerme como tal. ¿Cuál es el punto de contarte dentro de una religión con la que no te identificas en lo más mínimo? Yo estoy a favor del divorcio, el derecho de la mujer de decidir sobre su propio cuerpo, los matrimonios homosexuales, los anticonceptivos y básicamente cualquier otra cosa con la que  la Iglesia católica se haya promulgado en contra. Para ser muy honestos, a pesar de que creo en una fuerza superior no estoy convencida de que esta deidad o como quieran llamarle, esté interesada en nosotros más de lo que está en una hormiga. A pesar de esto cuando estoy asustada todavía rezo y debo confesar que a veces me he encontrado preocupada con la idea de que sí exista el infierno y mi alma esté condenada para toda la eternidad.

Después de todo, yo fui criada en el seno de una familia devota y es difícil sacudirse años y años de educación religiosa –sí, soy hija del verbo encarnado ¿hay acaso, nobleza mayor?- Cuando tenía pesadillas mi mamá me decía que rezara un padre nuestro y cuando nos iba bien económicamente o teníamos algún éxito familiar íbamos a la iglesia a dar gracias. El catolicismo está anidado en mi corazón –muy a pesar mío- porque está estrechamente ligado con mi infancia y con mi familia, con las personas que más quiero. En momentos difíciles, mi mente vuelve al confort infantil de un Dios que todo lo puede.

Mi amor por México es algo similar; un sentimiento que puedo reprimir cuando veo datos duros, leo noticias o simplemente cuando tomo consciencia de que lo primero que tengo que hacer al subirme a mi carro, es poner los seguros. Desde mi muy personal punto de mi vista, un país no es como tener un hijo, no le debemos amor incondicional, es necesario que existan razones para que nos enorgullezca y para mí el “incontrovertible sentido del humor del mexicano” no es suficiente, con la pena.

México es uno de los países con mayor número de muertes violentas de mujeres, el número uno en obesidad, el número 10 en asesinatos a periodistas, el peor en nivel educativo y también de los más corruptos de los países de la OCDE, el que tiene las jornadas laborales más largas e incidentalmente, creo que el único que tiene gente que de hecho se siente orgullosa de eso.

Más allá de las cifras, para mí, es donde en una entrevista laboral me preguntan si planeo embarazarme próximamente, donde la policía de mi ciudad está militarizada,  donde no puedo caminar en la que calle sin que me falten al respeto y es donde hubo una balacera con armas largas afuera de mi casa, olvídate de los asaltos y los arrimones ¡civiles usando metralletas! Es donde llamamos una ciudad segura si lo peor que tiene son asaltos; y sin embargo, el patriotismo nos ofrece la idea de que aquí es donde queremos echar raíces y tener hijos y ponerles discos de Cri cri y hablarles de Chabelo y explicarles con orgullo lo que significan los colores de nuestra bandera, donde el buscar una mejor vida en otro lado es mal visto porque “¿por qué no te quedas y cambias las cosas?” qué importa que ni los nietos de mis nietos lleguen a ver alguna vez un mejor panorama, hay que ser sacrificados y nobles en nombre de un trozo de tierra donde nacimos en un evento completamente fortuito.

Aún así, igual que mi catolicismo, mi amor por México es algo de lo que no me puedo desprender, está embebido en mis entrañas, fusionado con todos los recuerdos de mi niñez y el cariño de toda mi familia y todos mis amigos. La lógica y las estadísticas de la OCDE pierden peso contra Cielito lindo, el pozole de mi mamá, la quema de castillos, los mercados de Morelia, las calles de Querétaro y los comerciales de “eres México” (y qué).

Es complicado pensar que tienes la oportunidad de hacer una vida en otro lado, tener hijos que podrán tener acceso a uno de los niveles educativos más altos del mundo, a servicios de salud gratuitos y de primer nivel (perdón IMSS), a caminar por las calles sin miedo de ser asaltados, secuestrados, violados o asesinados, a sistemas de gobierno que funcionan, a jornadas laborales decentes, a vacaciones largas, pero sentir al mismo tiempo que no puedes porque le debes algo a un ente amorfo que lo mejor que te ha dado es un boleto para alejarte de él.


Sobre el autor:

Haydeé Compeán R.

Estoy en contra de casi todo. También me quejo en twitter.

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