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Los bordes del pensamiento

December 31, 2015 Federico I. Compeán
Fotografía por Federico I. Compeán

Fotografía por Federico I. Compeán

Cuando definimos algo, de inmediato lo sacamos de la realidad que le dio origen. Lo congelamos en la prisión eterna e inerte del concepto. Lo separamos del todo para convertirlo en nada. Creamos entonces una verdad. La del lenguaje y las ideas. Atrapamos el flujo emotivo de los sentidos en una simple acotación.

Con el paso del tiempo, esta colección de significados se transforma en realidad misma. Otro universo es construido a partir de esta galería de emociones disecadas. Pronto nuestra visión se transforma en la de un cazador o un curador de arte. Colgamos trofeos, damos nombres y conjuntamos colecciones de todas aquellas emociones y visiones muertas que hemos recolectado a través de los años.

La verdad se convierte entonces en una exhibición. La estética del discurso se genera del confort del diálogo estructurado y elocuente de las ideas. Las creencias se levantan como bóvedas inmensas de palabras y enunciados aparentemente significativos. El sujeto desaparece en el laberinto de su propia pretensión ilustradora.

La existencia consciente es una danza colectiva. Es una aceptación de la presencia del otro; pero antes, una aceptación de la existencia propia. Dicen que estamos aquí por todo menos por nuestra voluntad. Ya sea el azar universal, alguna conspiración cósmica o por el capricho de uno o varios dioses antropomórficos, el nacer nunca fue nuestra decisión.

¿Será esto verdad? La voluntad de la existencia es más una emoción que una idea; y como tal, nos aferramos a ella como haríamos del amor: de forma accidental e inexplicable. A los dioses antiguos no les interesa el devenir de los hombres. Si no se han retirado o muerto ya, de seguro se encuentran consumidos por la indiferencia de su propia solitud. El universo, por otro lado, sigue siendo aleatorio en apariencia y el cosmos, al igual que nosotros, no tiene idea de a dónde se dirige.

¿A quién podemos culpar entonces de nuestro crudo despertar? ¿Qué fue lo que nos sacó el ciclo perfecto de la eternidad inconsciente? La existencia misma es sometimiento. Nuestro amo es la infinidad percibida del Universo. Somos minúsculos pero al encontrarnos malditos con la consciencia nuestra trivialidad nuestro tormento se transforma en profunda desesperación.

Existir es una danza colectiva. Es un ensayo de experiencias. Una tesis sobre la emotividad del instante. Negamos la responsabilidad de nuestra inercia hacia la existencia esterilizando la percepción en conceptos. Traicionamos la autenticidad de simplemente confluir en la inmensidad de lo que colectivamente hemos creado.

El fin último es la expresión, no de uno mismo, sino de la voluntad de existir. La paradoja entonces recae en que esa expresión tiene que ser propia y ajena a la vez. ¿De qué sirve entonces resguardar formas, salvaguardar ideas y seguir doctrinas? Hoy la expresión preferida se ha vuelto aquella de autoridad. Los vacíos se llenan con individualidades falsas. No somos luz, sino látigo. No somos justicia, sino ley. No somos perdón, sino condena. No somos ni siquiera centro de nuestra propia y fugaz narrativa de banalidad. Somos yo, pero no somos nosotros.

No hay doctrina, no hay líder, no hay filosofía ni moralidad que preceda la existencia. ¿Cómo entonces pueden estas dictaminar las formas de vivir y de pensar? ¿Qué acaso el instante y la conciencia no las antecede? Pensar y sentir no es lo mismo. Creer y existir no es igual.

Existimos en arreglos conjuntos que no decidimos y de los cuáles pocas veces comprendemos. El sometimiento es hacia una vida que no codiciamos, hacia un arreglo que no definimos, hacia esos mismos conceptos que no podemos hacer desaparecer y que, quienes tienen el control de su significado, prefieren mantener intactos e inmaculados para no despertar el hambre inagotable de nuestro vacío interior.


 

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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