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Danza nocturna de cuerdos y locos

July 24, 2015 Jorge Omar Álvarez Lucero

Käthe Kollwitz, "Mother with her Dead Son"

Abro los ojos lentamente, el gorjeo de una paloma me ha devuelto a la realidad. Vaya, como deseo una larga ducha y una suave cama. Si ¡si! larga ducha, suave cama. Me incorporo y camino hacia la fuente de agua, una cascada de miradas cae sobre mí. Imagino el cúmulo de sensaciones que he de provocar en ellos: aversión, temor; qué más da, son ellos los que están seguros de todo en un mundo de dudas. El agua fría recorre mi rostro, la liberación repentina de calor me produce placer. Yo, que he tenido sexo ya más veces de las que podría recordar si me lo propusiera, he devorado platillos hechos con el amor de una madre y he leído… sumergido en mentes cansadas y brillantes; puedo confiar, con la certeza de la que soy capaz de permitirme, que todo se reduce a eso: un instante fugaz de placer puro.

Y heme aquí, luchando por liberarme de la poca cordura que me resta. Viéndolos a ellos, los cuerdos, viéndome a mi. Aquellos habituados tan perfectamente que han perdido la noción y el rumbo, y han decidido entregarse a la rutina a cambio de un poco de orden en sus vidas. Esclavos del dinero que después mueren. Si me preguntaran a mí, la definición perfecta de locura. Hace tiempo ya que me he olvidado de ellos, los locos, qué sabrán de la vida, de la felicidad, esos seres confortables incapaces de construir sus ciudades a la periferia del volcán. Si, cita al grande, cita a Nietzsche. Ya no hablaré más de ellos. 

Camino por las calles vacías de esta vasta ciudad, mis posesiones: un endeble cuerpo reducido a su historia, una mente cansada de saber la certeza y la falsedad de las cosas a la vez. El resto es nonchalance. Mis ojos, que han atestiguado la luz de las constelaciones en noches atemporales, me han enseñado que las cosas suelen ser más extrañas de lo que aparentan. La naturaleza está dispuesta a permanecer oculta ante los ojos y las mentes vacías. Apreciar el vuelo de un ave: un conjunto de diseño, evolución y energía. Huesos, músculos y tendones unidos a un propósito, transformando la energía en existencia. Esto es para los que ven. Maldecidos, o bendecidos, nuestra mente se ha dividido en dos. Si, háblales de mí, ansían saber. La mente despierta y la mente dormida. La primera vive, respira y se sustenta del mundo empírico, de nuestras experiencias. La segunda es completamente indistinta a ellas, es el umbral a todo el conocimiento, inmerso en nuestro ADN, oculto en cada iteración. La melodía que puedes ver al cerrar los ojos. Siempre  tras el velo.

La descubrí a temprana edad, aún recuerdo aquel sueño difuso que me mostró el camino. Comprendí que para todo hombre hay una carnada que no puede resistir y cedí a ella sin importar el costo. Uno tras otro vi como las personas más cercanas a mí se alejaban. Atestigüé su partida siendo un retrato de paciencia obligatoria. Parafraseando a Neuman, gran parte de nuestra vida se basa en despedidas, debe uno liberar su vacío para llenarse de un todo. Los veía marcharse, hacerse pequeños mientras se alejaban. Me pregunto, al final de todo, cual de los dos desaparecía. Ambos. Solo así, envuelto en completa soledad, bailamos; el compás lo invadía todo pues para ella, ¡si!, el tiempo es indistinto. Es lo único que permanece, no puede ser creado y no puede extinguirse, solo puede admirarse. Una vez que mis viejos ojos han visto tal belleza no pueden ser confinados a aceptar la falsa realidad.  Solo hay una forma de escapar.

Siento como una suave y húmeda brisa golpea mi rostro, mis manos aún hablan de dolor tras subir por aquella vieja escalera. Percibo el aroma de las flores en una ciudad de inmundicia. Mi música sonará cuando yo no. “Bailemos una vez más”, me susurra ella, “cedamos y desvanezcamos en placer y conocimiento”. Doy el primer paso de este vals…

Abro los ojos lentamente, el gorjeo de una paloma me ha devuelto a la realidad.


Sobre el autor

Jorge Omar Álvarez Lucero

Lee desde que tiene memoria, se lo debe a sus padres. Comenzó a escribir cuando tenía ocho años, pequeños relatos que vendía (el negocio es primero) en la escuela a niños aún más pequeños, en una época de fantasía pura. De las cosas que más puede disfrutar son: una buena conversación y una cerveza bien fría.

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