Fotografía: Somber monochromes in film by Daniel Ciprian
¿De qué hablamos cuando nos dirigimos a los dioses? Cuando observamos hacia arriba o hacia dentro lo hacemos por temor. Tememos al tiempo, a la muerte y al silencio. Dentro de aquel miedo, en nuestras profundidades, encontramos el tedio.
El aburrimiento, en toda su banalidad, antecede a todos nuestros temores, desesperaciones y angustias. Se eleva como una niebla tenue que incomoda, pero no preocupa. Como un mal menor en una realidad de frenetismo, locura y violencia. Se le ignora, se le escapa y; ante todo, se le niega.
Se nos presenta lento, espeso, casi estático y le huimos con la misma desidia con la que nos aqueja. Cuando somos jóvenes se muestra con naturalidad. Surge como una pregunta casi obvia ante una tarde sin tareas. Parece normal e inofensivo. Nuestra primera confrontación existencial: “Mamá, estoy aburrido”.
“Solo los tontos se aburren” y por ello en nuestra racionalidad tan híper-moderna hemos intentado sacar el concepto de circulación. Lo negamos. Lo arrastramos sobre los ásperos pisos de una vida saturada de labores logísticos, mundanos, repetitivos e intrascendentes. Lo pisoteamos con las pesadas botas de la ambición, las imágenes y la violencia. Lo ridiculizamos, los criminalizamos, lo deformamos hasta el punto que al día de hoy, el tedio no tiene rostro.
Pero los fantasmas expulsados de nuestro moderno paraíso siempre regresan. Se nos muestran noche tras noche en los sueños de aquellos que aún mantienen cordura y sensibilidad para soñar. Los conceptos se crean en realidades ajenas y las verdades surgen dónde estos pierden sentido. El tedio es rencoroso. Lo hemos desdichado de tal manera que ahora su esencia es la ironía de nuestra cruzada por destruirlo.
Amigo del ocio, nuestra sociedad lo detesta. Pero éste florece y se reproduce en nuestro ir y venir sin sentido; en nuestro caminar sin rumbo; en nuestro laborar sin sueños y en nuestra voluntad sin re-afirmación. Somos los hijos de una sociedad engendrada en imagen y semejanza del tedio; aquel dios celoso de la inercia y los temores vanos.
Así, en su aparente inocuidad, nos lleva de forma cotidiana al abismo; a las profundidades dónde habitan demonios más fuerte y temibles. Semillas de angustia. Jardines de nihilismo.
¿Hemos perdido la batalla?
En éste número Ataraxia explora el tedio como problema filosófico diario, como concepto universal y como actitud ante la existencia. Mediante una modesta pero significativa colección de textos pretendemos aproximarnos a este fenómeno actual, gigante y aburrido.
No se pretende moralizar su terminología, explicarlo en totalidad o responsabilizarlo de sus mismas circunstancias; sino únicamente re-interpretarlo a la luz de las voces que, como muchos, lo han experimentado de forma significativa.