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Lo dioses gemelos

May 27, 2015 Mauricio Ortega González

Fotografía: Twin roads

¿Alguna vez has perdido el camino y te has resguardado en la zona de confort más cercana? Cuando pierdes el interés en lo que haces o esto ya no te produce felicidad, es ahí cuando lo inevitable te alcanza: el aburrimiento. El tedio es la sensación de malestar o fastidio provocada por la falta de diversión o de interés por algo. De este modo, si el tedio no es combatido por alguna actividad que despeje tu mente, éste se puede convertir en angustia, desesperación, frustración, desidia y muchas otras cosas más. A través de este escrito, trataré de desenmascarar al mismísimo dios del tedio. ¿Para qué? Para eliminarlo.

Que delicia. El aquí y ahora, todo lo que tenemos. En este mismo momento, en alguna parte del mundo, hay un bebe naciendo, un anciano muriendo, un estudiante reprobando, un graduado consiguiendo su primer trabajo, alguien llorando de tanto reír, alguien cometiendo suicidio, alguien durmiendo y soñando, despertándose, alguien robando, escalando una montaña y alguien viendo la televisión inmerso en absolutamente nada más que en sus pensamientos llenos de aburrimiento. Todo esto y más sucede ahora, porque todo lo que somos es este momento presente, ya sea bueno o malo según como lo etiquetemos. No obstante, seamos honestos, hay muchas cosas en las qué pensar. Hay miedos y máscaras como lo establece el Dr. Miguel Ruíz: "Intentamos ocultarnos y fingimos ser lo que no somos. El resultado es un sentimiento de falta de autenticidad y una necesidad de utilizar máscaras sociales para evitar que los demás se den cuenta. Nos da mucho miedo que alguien descubra que no somos lo que pretendemos ser."  Esto debe ser agotador.

Pensamos constantemente en nuestro pasado e incluso nos llegamos a arrepentir de éste. Tendemos a recurrir a él pensando que, por ejemplo, no somos buenos dibujando porque alguien un día nos dijo eso y lo creímos. Entonces recurrimos al futuro, el cual no existe más que en nuestra mente. Nos podemos adelantar en el pasillo antes de entrar a alguna clase que no nos guste y pensar que fallaremos o que será aburrida pase lo que pase. Nuestras expectativas son muy bajas o muy altas y así terminaríamos, por supuesto, aburridos.

Muchas veces nos hundimos en estos pensamientos que generan angustia y, tal vez para huir de ella, tratamos de hacer cosas que nos alejen de todo eso. Dan Millman en su libro Way of the peaceful warrior establece que cuando no obtenemos lo que queremos, sufrimos. Pero que incluso cuando obtenemos exactamente lo que queremos, de todas formas al final sufrimos porque no podemos aferrarnos a eso para siempre. ¿Qué pasa cuando alguien tiene todo lo que necesita: salud, cama, comida, trabajo, escuela, familia, etc.? Disfruta de lo que tiene y se aburre.

Aunque, por el otro lado, un niño sin angustia también se puede llegar a aburrir. Incluso en una fiesta podría llegar a haber tedio. Así que vayamos al lado opuesto de éste: la diversión, el entretenimiento, felicidad, interés. Algunos dicen que el estar entusiasmado significa sentir que tienes un dios dentro. Tener entusiasmo implica tener energía, interesarte por lo que haces. Por ejemplo, si te gustan las matemáticas y estás practicando o haciendo tarea, seguramente no pasarás un mal rato. Si te gusta la ciencia, no te aburrirás en la clase de química. O si te interesó la forma en que Iñárritu dirigió Birdman, seguramente te gustará la forma en la que Alfred Hitchcock dirigió Rope.

Los momentos en los que definitivamente no hay tedio alguno son divirtiéndose, haciendo algún hobby, teniendo una inclinación hacia algo, teniendo una ilusión, ganas, afán, turbación, exaltación, un momento de ocio o hasta una de esas exquisitas epifanías, entre muchas otras cosas. La cuestión no es hacer estas cosas para quitarnos el aburrimiento, sino descubrir lo que las une y poder usarlo para salir de él; incluso en las cuestiones cotidianas.

Entonces, ¿qué tienen en común los momentos sin tedio? Te hacen ir más allá. Más allá de los miedos, de la tristeza, inseguridades y de nosotros mismos.  Al escribir todo esto me di cuenta de algo: no estoy aburrido. Si tengo un dios en mi interior en este momento, no es el del tedio sino el del entusiasmo. Porque esto me interesa y lo disfruto. Hay una delgada línea entre el aburrimiento y la diversión; la cual radica en qué disfrutas y en qué te quieres concentrar o enfocar. Imagínense a alguien caminando en la calle aburrido, dirigiéndose a cualquier lugar que se puedan imaginar. De vez en cuando mira hacia el suelo, pensando en el tiempo que está perdiendo y en otras líneas del tiempo en donde fracasa. De repente el dios del entusiasmo se apodera de él. Una epifanía hace que encuentre una revelación muy fuerte que le permite destrabarse de su camino estancado. Súbitamente, respira hondo y siente todo lo que está pasando en su cuerpo. Después se concientiza de su alrededor. Mira a las personas que le rodean. Unas ríen y otras critican, pero a esta persona caminando no le importa lo que los demás hagan porque observa cada detalle. Siente la brisa del aire en su rostro, escucha el sonido de los carros pasar, se concentra en cada paso que da y en cada inhalación y exhalación que realiza. Llega a su destino final y se da cuenta de que lo importante no es éste, sino el viaje que haces para llegar a él.

Con la idea anterior quise demostrar una técnica que me ha servido algunas veces: el disfrutar cada momento. Sin embargo, aún hay otra cosa que podría ser una causa de tedio: la repetición. Desde tener una rutina diaria, a tener el mismo estilo o corte de pelo por mucho tiempo, dedicar y distribuir las horas del día a lo mismo, por ejemplo, seis horas de escuela, dos de ejercicio, una para comer, tres para hacer tarea y así sucesivamente. Si este es el caso, ¿qué estamos esperando para hacer un cambio? Muchas personas tienden a temer al cambio en sus vidas. Yo lo he padecido: cuando me cambié de escuela, cuando aprendí a manejar, cuando tuve la entrevista a mi primer trabajo, cuando tuve mi primera novia, etc. Hay muchos tipos de cambio en la vida, pero sé que, con el tiempo, todos llegan a ser buenos. Si no fuera así, todos se quedarían en sus zonas de confort y sus rutinas, ¿no? Repito. Y no quiero escucharme monótono, pues la monotonía causa tedio y desesperación.

Ahora bien, inmanente es sinónimo de interno, inseparable, inevitable. Y si bien creo que es un hecho de que sea algo interno, es también perfectamente evitable. No obstante, no hay que excederse. Echémosle un vistazo al lado peligroso del tedio. Si alguien se encuentra profundamente inmerso en el tedio; se puede llegar a desesperar y frustrar al grado que puede acabar buscando algo que le provoque exaltaciones para buscarle un sentido en su vida; experimentando solo para sentir adrenalina o excitación sin importar las consecuencias. No es por asustar a nadie, sino con el fin de no dejarse vencer e influir por el tedio y, en vez de eso, buscar su origen para combatirlo de otras formas.

¿Cuál podría ser la forma más efectiva para hacer esto? Siempre es diferente en cada caso. Tal vez los consejos que sirvan para mí no sirvan para todo el mundo. Lo que puede servir para alguien son los propios consejos de uno mismo. Si alguien escarba en lo más profundo de sus sentimientos, motivaciones y demás, podría encontrar la respuesta. ¿Cuál es la mía? Mi respuesta siempre cambia ya que yo estoy cambiando. Gozo de todo lo que pueda y, lo más importante, dejo que mis emociones fluyan como agua en un río. Si es frustración, la dejo ser e intento descubrir por qué me siento de esa manera. Incluso si es aburrimiento, acepto ese aburrimiento, acepto que no puedo controlar todo lo que pasa a mí alrededor y me concentro en lo que sea que haga o lo que sea que piense. Entonces el aburrimiento se va porque, siendo sinceros, hay muchas razones en la vida para estar entretenido. La naturaleza, la ciencia, las personas, el cielo…

¿Qué pasa cuando uno procrastina? Lo deja todo para el último y, cuando el tiempo está a punto de acabar, se ve obligado a hacer lo que pospuso pero ahora la tensión se ha acumulado y el aburrimiento es mayor. ¿Y qué lo ocasionó, aparte de la falta de interés? La fuerza de voluntad. Es decir, la falta de ésta. Si nos regresamos al tema del entusiasmo, éste no es en sí un dios o persona que pueda decidir cuándo aparecer y cuándo no. Hay algo en nuestro interior que nos hace recurrir a nuestro nivel de felicidad. Y nuestra felicidad no depende de nadie más que de nosotros. No depende de nuestros padres, nuestra pareja, nuestros amigos, nuestras calificaciones, nuestro dinero, etc. Entonces, tal vez, ese dios del tedio somos nosotros mismos. No tiene nombre alguno, no es un adjetivo o una emoción en especial. Nosotros lo controlamos. Nosotros somos el tedio.

Con todo lo anterior he llegado por fin a mi conclusión. Antes de hacer este escrito no era consciente de esto. Tuve que indagar en mis más escondidos pensamientos para descubrirlo. En esencia, de ahora en adelante haré más cambios en las rutinas que me aburran, me concentraré en cada emoción, evitaré procrastinar y, si aun así me aburro, lo aceptaré y veré qué pasa. De un modo u otro, creo que sería fabuloso encontrar un punto medio, con el cual podamos balancear la influencia de ambos dioses. ¿Qué estamos esperando para hacer ese primer cambio?

Sobre el autor

Mauricio Ortega González tiene 18 años y acaba de terminar su último semestre de preparatoria. Le gusta escribir ensayos, hacer experimentos y conocer diversas áreas artísticas y científicas.

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Sobre excesos y otras ilusiones de significado

May 24, 2015 Federico I. Compeán
Fotografía: Somber monochromes in film by Daniel Ciprian

Fotografía: Somber monochromes in film by Daniel Ciprian

La gente no cree en nada. No hay nada en lo que creer hoy […] Existe un vacío […] lo que la gente deseaba con más intensidad, es decir, la sociedad de consumo, se ha hecho realidad. Y, tal y como sucede con cualquier sueño que se hace realidad, queda una obsesiva sensación de vacío. De modo que buscan cualquier cosa, creen en cualquier extremismo. Cualquier despropósito extremista es mejor que nada […]. En fin, opino que hemos emprendido un sendero capaz de conducir a cualquier tipo de locura. Creo que la sinrazón que puede surgir de todo esto no tiene límites, además de ser muy peligrosa. Yo podría sintetizar el futuro en una sola palabra; y esa palabra es aburrido. El futuro será muy aburrido.

J. G. Ballard

Hemos dejado de mirar al cielo, de observar las estrellas y de buscar significado en el soplo del viento. Jamás habíamos estado tan seguros de nuestra supuesta superioridad como especie ante el mundo natural. Hemos subyugado la realidad misma y la forma en la que decidimos percibirla. Para efectos prácticos, nuestra divina ciencia ha resuelto todo lo que vale la pena resolver y lo que falta es mera cuestión de tiempo. Sabemos cómo funciona el mundo por lo que no nos queda más que vanagloriarnos en la sociedad de consumo que inconscientemente hemos generado.

Todo está aparentemente resuelto ya. Los deseos son realidades o ilusiones. Espejismos alcanzables mediante las artificiales libertades de una realidad digerida, estandarizada y mayormente bajo control. Jugar, estudiar y trabajar muy duro mientras seguimos las máximas de leyes, convenciones y tradiciones absurdas e inexplicables es todo lo que necesitamos hacer para cumplir nuestras fantasías más anheladas.

Nietzsche sabía que nuestro amor por el deseo siempre ha sido superior al objeto deseado. ¿Qué nos queda entonces ahora que hemos traicionado esa característica básica y vital de nuestra humanidad? Nada. Un vacío. Un nihilismo que finalmente nos alcanzó como sociedad y cuya burla mayor es la ironía de presentarse como la única significancia de nuestra modernidad.

¿Cómo explicar esa Nada eterna e infinita que ahora se ha vuelto puntual, cotidiana y terriblemente angustiante? La dificultad que presenta el nihilismo en cuanto a su descripción proviene de su estado dinámico y cambiante. Su naturaleza no es un concepto en sí; sino un proceso, un mecanismo que está en marcha bajo una temporalidad invisible.

El nihilismo es un instante supremo en dónde, contrario a lo que se podría pensar, confluye absolutamente todo. Es en esa presencia total en la que es posible visualizar el vacío. Ese vacío no se observa en tanto que se siente; pues es solo a través de las emociones podemos escapar al tiempo. En esa experiencia consciente de existencia se da la realización de que el nihilismo no deber ser explicado; sino entendido en el mismo sentido que se entiende un sentimiento.

¿Qué sentimiento identifica entonces el vacío de nuestra arrogante sociedad? El tedio, en su fenomenología moderna. Jamás habíamos estado tan aburridos en un mundo con tan aparente potencialidad. Ortega y Gasset ya lo expresaba con precisión:

 

Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva. (1)

 

Las consecuencias de este estado tan literalmente deprimente son múltiples y complejas. Tanto en la ética como en la estética hemos vaciado de significado y trascendencia a cualquier experiencia humana, artística y moral. Es entonces cuando los excesos se vuelven fascinantes. La transgresión de límites superficiales es nuestro opio moderno. Somos adictos a las imágenes de falsa libertad, a observarnos como rebeldes de causas que no conocemos ni por accidente. Entes creativos cuya sensibilidad es el reconocer lo culturalmente relevante en una sociedad dónde la cultura se ha masificado como una marca de refresco más.

Todos jugamos a ser artistas sin entender lo humano de una verdadera experiencia estética. La emancipación creativa es una inerte superposición de imágenes que interpretamos como significativas. Pero pronto nos encontrarnos nuevamente con ese profundo vacío, con ese desgastante tedio, con un inmenso aburrimiento ante la potencialidad insatisfecha de una generación históricamente ignorante y socialmente miope.

Nos perdemos en vicios banales y destructivos de forma casi inconsciente. Buscamos la emoción de un sentimiento puro en los extremos de una vida de la cual nos sentimos merecedores y supremos soberanos. Ignoramos voluntariamente el contexto de nuestra existencia asumiéndonos herederos de un presente construido mayormente en circunstancias que jamás nos preocupamos en procurar.

Cuando nuestros compromisos sociales, nuestro trabajo, nuestra familia y nuestras religiones nos reclaman lo infantil de estos excesos, ahogamos esta incomprendida culpabilidad en rituales de reivindicación tan vacíos como todo lo demás. Convivimos con gente que detestamos, trabajamos en oficios que nos desgastan, cumplimos con una familia que no conocemos y nos damos golpes de pecho ante instituciones y credos que jamás hemos profesado. Así, sofocando el ligero fuego de la angustia mediante arrepentimientos absurdos, nos sentimos nuevamente tranquilos para seguir auto-destruyéndonos en un nihilismo verdaderamente destructor.

No todo está perdido aún; pues ese mismo abismo también alberga la contraparte, el gemelo de ese nihilismo pasivo e inerte. En un rincón de aquella oscuridad conversan la angustia, la melancolía y nuestra olvidada razón histórica; ahí en dónde la naturaleza aún reina suprema y dónde los sensibles no se avergüenzan en aseverar que el Universo seguirá siendo un misterio es dónde está la chispa que puede hacer arder nuestra marchita sociedad.

(1)   José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Colección Austral, 2010, p. 102

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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Mi Perro, Meursault

May 24, 2015 Alberto Lizárraga Castro
Fotografía: Fuente

Fotografía: Fuente

La vida de Meursault, el perro, es un ciclo interminable de eventos conocidos que —aparentemente— convergen entre lo asombroso y lo divertido. Este supuesto nace del método de observación científica, con el cual describimos y explicamos comportamientos, con la obtención de datos fiables correspondientes a conductas, eventos, y/o situaciones, insertadas en contextos teóricos.  

Es así que comienza su historia.

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