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Hace algunos años ya que decidí que no era católica, que aunque conozco muchos que “si son pero no van a misa”, a mi me causaba conflicto reconocerme como tal. ¿Cuál es el punto de contarte dentro de una religión con la que no te identificas en lo más mínimo? Yo estoy a favor del divorcio, el derecho de la mujer de decidir sobre su propio cuerpo, los matrimonios homosexuales, los anticonceptivos y básicamente cualquier otra cosa con la que la Iglesia católica se haya promulgado en contra. Para ser muy honestos, a pesar de que creo en una fuerza superior no estoy convencida de que esta deidad o como quieran llamarle, esté interesada en nosotros más de lo que está en una hormiga. A pesar de esto cuando estoy asustada todavía rezo y debo confesar que a veces me he encontrado preocupada con la idea de que sí exista el infierno y mi alma esté condenada para toda la eternidad.
Después de todo, yo fui criada en el seno de una familia devota y es difícil sacudirse años y años de educación religiosa –sí, soy hija del verbo encarnado ¿hay acaso, nobleza mayor?- Cuando tenía pesadillas mi mamá me decía que rezara un padre nuestro y cuando nos iba bien económicamente o teníamos algún éxito familiar íbamos a la iglesia a dar gracias. El catolicismo está anidado en mi corazón –muy a pesar mío- porque está estrechamente ligado con mi infancia y con mi familia, con las personas que más quiero. En momentos difíciles, mi mente vuelve al confort infantil de un Dios que todo lo puede.
Mi amor por México es algo similar; un sentimiento que puedo reprimir cuando veo datos duros, leo noticias o simplemente cuando tomo consciencia de que lo primero que tengo que hacer al subirme a mi carro, es poner los seguros. Desde mi muy personal punto de mi vista, un país no es como tener un hijo, no le debemos amor incondicional, es necesario que existan razones para que nos enorgullezca y para mí el “incontrovertible sentido del humor del mexicano” no es suficiente, con la pena.
México es uno de los países con mayor número de muertes violentas de mujeres, el número uno en obesidad, el número 10 en asesinatos a periodistas, el peor en nivel educativo y también de los más corruptos de los países de la OCDE, el que tiene las jornadas laborales más largas e incidentalmente, creo que el único que tiene gente que de hecho se siente orgullosa de eso.
Más allá de las cifras, para mí, es donde en una entrevista laboral me preguntan si planeo embarazarme próximamente, donde la policía de mi ciudad está militarizada, donde no puedo caminar en la que calle sin que me falten al respeto y es donde hubo una balacera con armas largas afuera de mi casa, olvídate de los asaltos y los arrimones ¡civiles usando metralletas! Es donde llamamos una ciudad segura si lo peor que tiene son asaltos; y sin embargo, el patriotismo nos ofrece la idea de que aquí es donde queremos echar raíces y tener hijos y ponerles discos de Cri cri y hablarles de Chabelo y explicarles con orgullo lo que significan los colores de nuestra bandera, donde el buscar una mejor vida en otro lado es mal visto porque “¿por qué no te quedas y cambias las cosas?” qué importa que ni los nietos de mis nietos lleguen a ver alguna vez un mejor panorama, hay que ser sacrificados y nobles en nombre de un trozo de tierra donde nacimos en un evento completamente fortuito.
Aún así, igual que mi catolicismo, mi amor por México es algo de lo que no me puedo desprender, está embebido en mis entrañas, fusionado con todos los recuerdos de mi niñez y el cariño de toda mi familia y todos mis amigos. La lógica y las estadísticas de la OCDE pierden peso contra Cielito lindo, el pozole de mi mamá, la quema de castillos, los mercados de Morelia, las calles de Querétaro y los comerciales de “eres México” (y qué).
Es complicado pensar que tienes la oportunidad de hacer una vida en otro lado, tener hijos que podrán tener acceso a uno de los niveles educativos más altos del mundo, a servicios de salud gratuitos y de primer nivel (perdón IMSS), a caminar por las calles sin miedo de ser asaltados, secuestrados, violados o asesinados, a sistemas de gobierno que funcionan, a jornadas laborales decentes, a vacaciones largas, pero sentir al mismo tiempo que no puedes porque le debes algo a un ente amorfo que lo mejor que te ha dado es un boleto para alejarte de él.