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Vanidad de vanidades pt. 2

November 22, 2014 Luiz A. Canedo

Fotografía: Fuente

No hay nadie que no haya sufrido una decepción ¡todo eso tiene tan poca importancia!” dijo Varinka tomando su sombrero, y besando otra vez a Kitty, sin haberle dicho “lo que era más importante”, se alejó y desapareció en la oscuridad de una noche de verano, llevándose el secreto de su decoro y su envidiable tranquilidad.”

Ana Karenina.

Tengo algún tiempo leyendo esta novela de León Tolstoi, y me topé con una pequeña escena que no salió en la adaptación al cine con Keira Knightley: es el encuentro de Kitty y Varinka, dos personajes que han sufrido desilusiones amorosas (bueno, en realidad todos en el libro se la pasan sufriendo desilusiones románticas, pero vamos a enfocarnos en estas dos). Lo llamativo de este encuentro es la manera en la que ambas lidian con sus respectivas cargas: Kitty se encuentra tan devastada por la desilusión que su familia piensa que está enferma y llama a distintos doctores. Éstos le recomiendan viajar al extranjero como tratamiento donde conoce a Varinka, quien, a pesar de que su prometido se terminó casando con otra, se encuentra con una paz imperturbable. Y no es que no le duela la herida, pero es capaz de vivir con la cicatriz. Al conocerla, Kitty intenta saber desesperadamente cuál es el secreto. Varinka no sabe muy bien cómo contestar a la desesperación de Kitty y se limita a responder con sencillez que “hay muchas cosas más importantes”.

Algunos tal vez quisieran tomar a Kitty por los hombros y soltarle un -“ya supéralo, mujer”-, pero en su defensa, estamos hablando de una época en la que la completa valía e identidad de las mujeres vienen de casarse “tipo bien” (ahhh cómo han cambiado las cosas en Monterrey, ¿no?). Sin embargo, también es cierto que todos en algún momento nos encontramos en ese lastimero estado de un amor no correspondido. En la misma novela, alguien afirma que “el amor es una enfermedad que todos tiene que padecer en su momento, como la varicela”. Nos rompen el corazón, y lo rompemos contra otros. Es una quebradera sinfónica en todo el mundo, todo el tiempo. Algunos sanan rápidamente, otros tenemos hemofilia emocional. Sin embargo, creo que cuando escribe el encuentro de estas dos mujeres Tolstoi está apuntando a algo más profundo que la capacidad de coagular un desamor más rápido que otros.

Ernest Becker, en su ensayo “La negación de la Muerte”, explora la necesidad que tenemos de darle sentido a nuestras vidas ante la inevitable visita de la Parca. Él considera que tenemos una necesidad innata de entregarnos a algo superior a nosotros, de donde provengan nuestro sentido de aprobación, identidad y propósito. Para lidiar con esta necesidad acudimos a tres soluciones: una de ellas es a través de la trascendencia de nuestra obra, sobre la que ya escribí brevemente. La segunda, es lo que Becker llama “La solución romántica”.

Básicamente, dado que el hombre moderno ya no tiene un Dios al que acudir en búsqueda de identidad, sentido, valor o salvación, lo busca en la persona amada: ella es nuestra nueva deidad:

“…el hombre moderno se ha arrinconado a si mismo en una situación imposible. Aún necesita sentirse heróico, de saber que su vida importó; aun necesita sentirse “bueno” para algo verdaderamente especial. Si ya no se trata de Dios, entonces ¿qué?. Una de las primeras maneras que se le ocurrieron fue “la solución romántica”: arregló su necesidad de heroísmo cósmico en otra persona en la forma de objeto amado. La auto-glorificación que necesita en su naturaleza más profunda, ahora la busca en su amante. El amante se convierte en el ideal divino para darle sentido a nuestras vidas …Es verdad que a lo largo de la historia siempre ha habido una competencia entre objetos de afecto humanos y divinos… pero la mayor diferencia es que la sociedad tradicional, el amante no sería completamente absorbido en la dimensión de lo divino; en la sociedad moderna si lo hace”

Sólo escuchemos la letra de nuestras canciones:  “eres mi religión”, “mi salvación, mi esperanza y mi fe”, “mi credo”. Usamos palabras reservadas en el pasado para nuestras deidades. Buscamos eternidad, hacer una entrega absoluta, dar devoción completa, y la queremos entregar a nuestras parejas. Encarnamos al dios romántico en uno o múltiples avatares.

El problema con los dioses de carne es que eventualmente se rompen: aquella persona que creíamos era la solución de nuestro vacío existencial es tan imperfecta como nosotros. Ernest Becker (un ateo, por cierto) continúa:

“Incluso el que juega el rol de Dios en la relación no puede soportarlo por mucho tiempo, ya que en algún nivel, sabe que no posee los recursos que el otro necesita y exige. Él no tiene la fuerza perfecta, seguridad perfecta, el heroísmo seguro.”

En otras palabras ¿cómo podemos esperar salvación de alguien que también necesita ser salvado? Buscamos que nos den una aprobación que no podemos darnos a nosotros mismos, pero ¿cómo recibir la aprobación de dioses que también necesitan de aprobación? El que hace de Dios en la relación “no puede soportar la carga de la divinidad, por lo que debe resentir al esclavo. Además, siempre está ahí la incómoda realización: ¿cómo se puede ser un verdadero dios de un esclavo es tan miserable e indigno?“.

Culturalmente estamos obsesionados con enamorarnos: fall in love or die trying . Pero ¿por qué centrar nuestras vidas, y nuestro valor en algo tan volátil?

No digo que el amor romántico no importe. No digo que haya un dolor inherente al riesgo de amar. Pero si nuestra respuesta a la afirmación de que “hay cosas más importantes” es, como le contestó Kitty a Varinka, “¿cuáles?” estamos mostrando síntomas de un vacío existencial profundo que intentamos llenar por medio de romance.

Tal vez, como Kitty terminará descubriendo en la vida de Varinka, la respuesta está en dejar de entregarse un dios mortal y regresar a la entrega de Uno eterno. Tal vez, incluso si ya lo hemos encontrado, sea necesario recordarnos que pueden no haber suficientes doctores para los corazones rotos de esta ciudad, pero hay cosas más importantes de qué preocuparse.


Sobre el autor:

Luiz A. Canedo

Bloggero de opiniones que nadie pidió, fotógrafo compulsivo, músico callejero, viajero con un talento natural para perderse, teólogo de café, político de sobremesa y pecador en rehabilitación, narcisista autodescriptivo.

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