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June 2, 2015 Lérida Jerez Sánchez
Fotografía: Fuente

Fotografía: Fuente

Paso los dedos por mi nuca y siento el cabello empapado en sudor. El sol me pega directo en la cara a mí, y a los otros mil automovilistas atorados en la avenida. En el radio un conductor intenta imbuirle emoción al mismo mensaje político de siempre; por supuesto que falla de manera estrepitosa. Absolutamente nada se mueve, ni el auto, ni el reloj, ni el sol, ni yo.  

El conductor de radio pasa a otras noticias, un soldado en Túnez mató a 7 de sus compañeros. Y si somos brutalmente francos no me importa, no puedo señalarte Túnez en un mapa ni para salvarme la vida.

El punto va por ahí, en este preciso instante nada me importa. Me faltan 45 minutos de estar atrapado en esta caja ardiente y la pesadez de mi propio cuerpo no me deja interesarme en nada que no sea eso.  

Como un autómata del sector 7-G, ignoro las reglas de tránsito y desenfundo mi celular sin siquiera pensarlo para perderme en un juego. Con el cerebro en blanco destruyo frutas de brillante colores por 5 gloriosos minutos de entretenimiento en los que no tengo que aceptar que no hay nada mejor que hacer con este momento que no volverá.  

Puedo acelerar un poco. Avanzó unos 3 metros y toca esperar otra vez.

Se me acabaron las vidas. Conecto el celular al sistema de audio del carro, dejo cada canción unos 5 segundos y luego paso a la siguiente. Me dedico a esto un espacio indefinido de tiempo.  

Colectivamente los mil automovilistas y yo avanzamos un metro.  

Dejo la música en paz. Me paso las manos por la cara para ver si me puedo arrancar una espinilla. Repito el proceso por el cuello, las orejas, los brazos y el cráneo. Dejo el autodescubrimiento, tomo el celular para destruir otras coloridas frutas pero todavía no tengo vidas nuevas.  

Acelero, freno, acelero. Estoy seguro que eso lo escuche en algún lado.

Toca ver que están haciendo mis amigos. Twitter, Facebook, Instagram, Swarm, para este momento sé que comieron hace tres días. Veo las insulsas caras de personas con las que he hablado 2 veces pero que se mueren por compartir citas inspiracionales. Empiezo el proceso otra vez para ver si alguien ha compartido algo nuevo en los últimos segundos. Refresh. Refresh. Refresh.

Ya no queda nada más en que ocuparme. Pienso un poco de filosofía barata sobre como el tráfico es el gran igualador social, saca lo peor de los seres humanos, somos animales, nada tiene sentido, no vamos a ningún lugar, y por supuesto, recuerdo a mi madre decirme cuando niño, “sólo la gente aburrida se aburre”. 

Sobre el autor:

Lérida Jerez Sánchez

Lérida (sí como Mérida pero con L), nació en el D.F. pero actualmente reside en Nuevo León. Periodista de carrera desde hace algún tiempo alterna sus días entre proyectos sociales y escribiendo discursos a los que su jefe no les hace justicia cuando los lee. Con un particular gusto por escribir en la madrugada, se mueve entre la realidad y la ficción.

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Trovadores y transeúntes

May 27, 2015 Jorge Omar Álvarez Lucero
Fotografía: Silverton by night - Street Lamp

Fotografía: Silverton by night - Street Lamp

Vi la luz hace tiempo ya; si, la recuerdo, frágil y dócil. Ahora solo espero… anhelo la perpetua noche. No me malentiendan he vivido bien, sentí el viento algunas veces. La anhelo pues solo en ella los fantasmas que veo de día regresan a cazarme, soy yo quien no comprende qué hay después de la sonrisa luminosa y los ojos brillosos tan atentos. La deseo perpetua pues ya ni la música, aquella llena de energía, frecuencia y vibraciones, me provoca la sensación de infinito de antes. La deseo perpetua pues ya ni el eventual interés en algún transeúnte casual es suficiente para suceder mi tedio. El problema con las cosas que no tienen vida, es que no podemos morir, al menos no realmente.  

Lo conocí cuando era apenas un niño, de esos que se esconden detrás de una espinilla y ríen bajo los agudos incontrolables de la voz. De esos que solo piensan en faldas y fútbol. Antes de él no recuerdo nada, todo era oscuridad. Nací cuando rompió la envoltura y abrió la caja del producto que yo acompañaba. Su sonrisa me cautivó, fue una conexión instantánea entre mi ser y aquella luminiscencia. Al poco tiempo comprendí que a diferencia de mi acompañante, mi valor no yacía en lo que hacía sino en lo que representaba; no me importó, las cosas dejan de funcionar, la historia que cuentas no. Fui afortunado, esa fue también la primera vez que escuché la música. Aunque he de admitir que ni mi acompañante ni yo fuimos la razón; justo después de sonreír y dar las gracias La Sombra le habló. Él volteó instintivamente, dejando la caja donde nos encontrábamos entre abierta. Un destelló de luz efímero cruzó la habitación terminando en sus manos. Al abrirlas produjo en él un aullido gutural lleno de euforia seguido de una carcajada frenética, a la cual se sumaron las risas de los demás presentes creando una breve y armoniosa sinfonía. Deseé con fuerza que ese momento no terminara, cierto era que no conocía nada más; sin embargo por alguna razón sentía que eso bastaba. Para mi primer golpe, resultó ser un momento fugaz, que culminó siendo melifluo. Un sonido que ningún trovador ha sido capaz de imitar aún. Corrió, saltó y abrazó a La Sombra, un auto esperaba con frío fuera de la casa; si, esa fue una buena navidad.

Era viejo, tosco y temblaba a la menor provocación… el auto también. Nuestro vecino esperaba impaciente para lanzar su mirada de desaprobación ante la llegada del nuevo integrante, sabía que de ahora en adelante compartiría la acera. A él no le importó, podía verse a leguas que solo pensaba en la fricción de esos neumáticos con el asfalto. El producto y yo pendíamos en una mano, las llaves en la otra. Se detuvo repentinamente, colocó las llaves sobre la cajuela y limpió un pequeño espacio en la esquina del cristal trasero. Sentí que perdía algo que no sabía que tenía, algo que sabía no podría recuperar y antes de comprender que era, la sensación de frío me invadió. Reposé sobre el cristal helado para no separarme nunca de él. 

La aurora nos recibía, el viejo vecino mascullaba en un lenguaje incomprensible con sus brazos entrecruzados, sosteniendo una taza de café que citaba “Mejor Papá” en medio de un pulso tembloroso y la mirada clavada en nosotros. El motor comenzó su ronroneo acompañado de ligeros movimientos arrítmicos que recorrían todo el auto y el producto no esperó más para reproducir su primera melodía. ¡Ah! la música mis amigos, la única atemporal, la única que trasciende, la esencia de la existencia. Ahí estaba vibrando despreocupada, siendo el cúmulo de emociones que acostumbra. Los neumáticos comenzaron a rodar y esa fue la primera vez que sentí el viento, un instante en el que el espacio y tiempo eran uno y por ende insignificantes.

Había encontrado mi lugar, pues es claro que todas las cosas tenemos uno. Lo expresamos a gritos y agradecemos a quienes saben escucharnos. Un lugar tan distinto al que me encuentro ahora, donde solo atestiguo el paso del tiempo. Uno tras otro, cual réplicas, los transeúntes recorren con prisa (siempre con prisa), la estrecha acera de una de las calles del centro de la ciudad. Vestidos con la tela que el tiempo les ha tejido aparentan tantas cosas y a su vez ninguna. Solo la luz de la luna me muestra su realidad, la misma programación de querer ser más de lo que son en verdad. La sombra que desvanece. No han comprendido aún que la vida no se trata de apariencias. De vez en cuando, para cumplir con la excepción que hace la regla, se presenta un trovador, aquellos que llevan la música en su esencia, inherente a cada parte de su ser. Aquellos que vuelven al origen. Aquellos que son inmarcesibles. Bailo con ellos a la distancia, aprisiono esos instantes y los espero acechando por la noche. Confieso que cada vez son menos y cada vez su efecto en mí disminuye. Como una flama y su incandescencia.  

Pero lo inmundo flota, y como tal los recuerdos vuelven a mí.  Una y otra vez, como olas que impactan a las rocas de un acantilado. Vivimos cosas inefables, cosas que nos definieron. Recuerdo la helada noche en la que hice de centinela mientras el cristal se empañaba. Recuerdo las veces en las que escapamos de la ley y también las que no lo conseguimos. Recuerdo cada uno de los lugares peligrosos en los que llegamos a estar, solo porque la cotidianidad no era suficiente. Recuerdo la primera vez que la vio. Ella era distinta al resto, se veía a lo lejos; él no tardo en perderse en ella. No llegué a comprenderla, no tuve oportunidad. Quizá aunque la hubiera tenido no lo hubiera logrado, de ella solo recuerdo los impulsos inconscientes: pasión desbordante en cada resquicio de su ser. Curioso fue el impacto que tuvo en él. Al poco tiempo llegó la separación, al parecer yo era algo infantil, perteneciente a otra época.

Esa fue la última vez que sentí el viento. Un breve instante antes de detenernos y sumergirnos en el olvido. Comprendí que yo era un grano de arena cuando él ya era el mar. Las sensaciones se han ido perdiendo desde entonces y yo solo comprendo lo que siento. Mi desenlace llegará sutil en una última sensación. Un último impulso.

Él no volverá, pues no se fue jamás.

Sobre el autor

Jorge Omar Álvarez Lucero

Lee desde que tiene memoria, se lo debe a sus padres. Comenzó a escribir cuando tenía ocho años, pequeños relatos que vendía (el negocio es primero) en la escuela a niños aún más pequeños, en una época de fantasía pura. De las cosas que más puede disfrutar son: una buena conversación y una cerveza bien fría.

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Lo dioses gemelos

May 27, 2015 Mauricio Ortega González

Fotografía: Twin roads

¿Alguna vez has perdido el camino y te has resguardado en la zona de confort más cercana? Cuando pierdes el interés en lo que haces o esto ya no te produce felicidad, es ahí cuando lo inevitable te alcanza: el aburrimiento. El tedio es la sensación de malestar o fastidio provocada por la falta de diversión o de interés por algo. De este modo, si el tedio no es combatido por alguna actividad que despeje tu mente, éste se puede convertir en angustia, desesperación, frustración, desidia y muchas otras cosas más. A través de este escrito, trataré de desenmascarar al mismísimo dios del tedio. ¿Para qué? Para eliminarlo.

Que delicia. El aquí y ahora, todo lo que tenemos. En este mismo momento, en alguna parte del mundo, hay un bebe naciendo, un anciano muriendo, un estudiante reprobando, un graduado consiguiendo su primer trabajo, alguien llorando de tanto reír, alguien cometiendo suicidio, alguien durmiendo y soñando, despertándose, alguien robando, escalando una montaña y alguien viendo la televisión inmerso en absolutamente nada más que en sus pensamientos llenos de aburrimiento. Todo esto y más sucede ahora, porque todo lo que somos es este momento presente, ya sea bueno o malo según como lo etiquetemos. No obstante, seamos honestos, hay muchas cosas en las qué pensar. Hay miedos y máscaras como lo establece el Dr. Miguel Ruíz: "Intentamos ocultarnos y fingimos ser lo que no somos. El resultado es un sentimiento de falta de autenticidad y una necesidad de utilizar máscaras sociales para evitar que los demás se den cuenta. Nos da mucho miedo que alguien descubra que no somos lo que pretendemos ser."  Esto debe ser agotador.

Pensamos constantemente en nuestro pasado e incluso nos llegamos a arrepentir de éste. Tendemos a recurrir a él pensando que, por ejemplo, no somos buenos dibujando porque alguien un día nos dijo eso y lo creímos. Entonces recurrimos al futuro, el cual no existe más que en nuestra mente. Nos podemos adelantar en el pasillo antes de entrar a alguna clase que no nos guste y pensar que fallaremos o que será aburrida pase lo que pase. Nuestras expectativas son muy bajas o muy altas y así terminaríamos, por supuesto, aburridos.

Muchas veces nos hundimos en estos pensamientos que generan angustia y, tal vez para huir de ella, tratamos de hacer cosas que nos alejen de todo eso. Dan Millman en su libro Way of the peaceful warrior establece que cuando no obtenemos lo que queremos, sufrimos. Pero que incluso cuando obtenemos exactamente lo que queremos, de todas formas al final sufrimos porque no podemos aferrarnos a eso para siempre. ¿Qué pasa cuando alguien tiene todo lo que necesita: salud, cama, comida, trabajo, escuela, familia, etc.? Disfruta de lo que tiene y se aburre.

Aunque, por el otro lado, un niño sin angustia también se puede llegar a aburrir. Incluso en una fiesta podría llegar a haber tedio. Así que vayamos al lado opuesto de éste: la diversión, el entretenimiento, felicidad, interés. Algunos dicen que el estar entusiasmado significa sentir que tienes un dios dentro. Tener entusiasmo implica tener energía, interesarte por lo que haces. Por ejemplo, si te gustan las matemáticas y estás practicando o haciendo tarea, seguramente no pasarás un mal rato. Si te gusta la ciencia, no te aburrirás en la clase de química. O si te interesó la forma en que Iñárritu dirigió Birdman, seguramente te gustará la forma en la que Alfred Hitchcock dirigió Rope.

Los momentos en los que definitivamente no hay tedio alguno son divirtiéndose, haciendo algún hobby, teniendo una inclinación hacia algo, teniendo una ilusión, ganas, afán, turbación, exaltación, un momento de ocio o hasta una de esas exquisitas epifanías, entre muchas otras cosas. La cuestión no es hacer estas cosas para quitarnos el aburrimiento, sino descubrir lo que las une y poder usarlo para salir de él; incluso en las cuestiones cotidianas.

Entonces, ¿qué tienen en común los momentos sin tedio? Te hacen ir más allá. Más allá de los miedos, de la tristeza, inseguridades y de nosotros mismos.  Al escribir todo esto me di cuenta de algo: no estoy aburrido. Si tengo un dios en mi interior en este momento, no es el del tedio sino el del entusiasmo. Porque esto me interesa y lo disfruto. Hay una delgada línea entre el aburrimiento y la diversión; la cual radica en qué disfrutas y en qué te quieres concentrar o enfocar. Imagínense a alguien caminando en la calle aburrido, dirigiéndose a cualquier lugar que se puedan imaginar. De vez en cuando mira hacia el suelo, pensando en el tiempo que está perdiendo y en otras líneas del tiempo en donde fracasa. De repente el dios del entusiasmo se apodera de él. Una epifanía hace que encuentre una revelación muy fuerte que le permite destrabarse de su camino estancado. Súbitamente, respira hondo y siente todo lo que está pasando en su cuerpo. Después se concientiza de su alrededor. Mira a las personas que le rodean. Unas ríen y otras critican, pero a esta persona caminando no le importa lo que los demás hagan porque observa cada detalle. Siente la brisa del aire en su rostro, escucha el sonido de los carros pasar, se concentra en cada paso que da y en cada inhalación y exhalación que realiza. Llega a su destino final y se da cuenta de que lo importante no es éste, sino el viaje que haces para llegar a él.

Con la idea anterior quise demostrar una técnica que me ha servido algunas veces: el disfrutar cada momento. Sin embargo, aún hay otra cosa que podría ser una causa de tedio: la repetición. Desde tener una rutina diaria, a tener el mismo estilo o corte de pelo por mucho tiempo, dedicar y distribuir las horas del día a lo mismo, por ejemplo, seis horas de escuela, dos de ejercicio, una para comer, tres para hacer tarea y así sucesivamente. Si este es el caso, ¿qué estamos esperando para hacer un cambio? Muchas personas tienden a temer al cambio en sus vidas. Yo lo he padecido: cuando me cambié de escuela, cuando aprendí a manejar, cuando tuve la entrevista a mi primer trabajo, cuando tuve mi primera novia, etc. Hay muchos tipos de cambio en la vida, pero sé que, con el tiempo, todos llegan a ser buenos. Si no fuera así, todos se quedarían en sus zonas de confort y sus rutinas, ¿no? Repito. Y no quiero escucharme monótono, pues la monotonía causa tedio y desesperación.

Ahora bien, inmanente es sinónimo de interno, inseparable, inevitable. Y si bien creo que es un hecho de que sea algo interno, es también perfectamente evitable. No obstante, no hay que excederse. Echémosle un vistazo al lado peligroso del tedio. Si alguien se encuentra profundamente inmerso en el tedio; se puede llegar a desesperar y frustrar al grado que puede acabar buscando algo que le provoque exaltaciones para buscarle un sentido en su vida; experimentando solo para sentir adrenalina o excitación sin importar las consecuencias. No es por asustar a nadie, sino con el fin de no dejarse vencer e influir por el tedio y, en vez de eso, buscar su origen para combatirlo de otras formas.

¿Cuál podría ser la forma más efectiva para hacer esto? Siempre es diferente en cada caso. Tal vez los consejos que sirvan para mí no sirvan para todo el mundo. Lo que puede servir para alguien son los propios consejos de uno mismo. Si alguien escarba en lo más profundo de sus sentimientos, motivaciones y demás, podría encontrar la respuesta. ¿Cuál es la mía? Mi respuesta siempre cambia ya que yo estoy cambiando. Gozo de todo lo que pueda y, lo más importante, dejo que mis emociones fluyan como agua en un río. Si es frustración, la dejo ser e intento descubrir por qué me siento de esa manera. Incluso si es aburrimiento, acepto ese aburrimiento, acepto que no puedo controlar todo lo que pasa a mí alrededor y me concentro en lo que sea que haga o lo que sea que piense. Entonces el aburrimiento se va porque, siendo sinceros, hay muchas razones en la vida para estar entretenido. La naturaleza, la ciencia, las personas, el cielo…

¿Qué pasa cuando uno procrastina? Lo deja todo para el último y, cuando el tiempo está a punto de acabar, se ve obligado a hacer lo que pospuso pero ahora la tensión se ha acumulado y el aburrimiento es mayor. ¿Y qué lo ocasionó, aparte de la falta de interés? La fuerza de voluntad. Es decir, la falta de ésta. Si nos regresamos al tema del entusiasmo, éste no es en sí un dios o persona que pueda decidir cuándo aparecer y cuándo no. Hay algo en nuestro interior que nos hace recurrir a nuestro nivel de felicidad. Y nuestra felicidad no depende de nadie más que de nosotros. No depende de nuestros padres, nuestra pareja, nuestros amigos, nuestras calificaciones, nuestro dinero, etc. Entonces, tal vez, ese dios del tedio somos nosotros mismos. No tiene nombre alguno, no es un adjetivo o una emoción en especial. Nosotros lo controlamos. Nosotros somos el tedio.

Con todo lo anterior he llegado por fin a mi conclusión. Antes de hacer este escrito no era consciente de esto. Tuve que indagar en mis más escondidos pensamientos para descubrirlo. En esencia, de ahora en adelante haré más cambios en las rutinas que me aburran, me concentraré en cada emoción, evitaré procrastinar y, si aun así me aburro, lo aceptaré y veré qué pasa. De un modo u otro, creo que sería fabuloso encontrar un punto medio, con el cual podamos balancear la influencia de ambos dioses. ¿Qué estamos esperando para hacer ese primer cambio?

Sobre el autor

Mauricio Ortega González tiene 18 años y acaba de terminar su último semestre de preparatoria. Le gusta escribir ensayos, hacer experimentos y conocer diversas áreas artísticas y científicas.

In Despertares
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Sobre excesos y otras ilusiones de significado

May 24, 2015 Federico I. Compeán
Fotografía: Somber monochromes in film by Daniel Ciprian

Fotografía: Somber monochromes in film by Daniel Ciprian

La gente no cree en nada. No hay nada en lo que creer hoy […] Existe un vacío […] lo que la gente deseaba con más intensidad, es decir, la sociedad de consumo, se ha hecho realidad. Y, tal y como sucede con cualquier sueño que se hace realidad, queda una obsesiva sensación de vacío. De modo que buscan cualquier cosa, creen en cualquier extremismo. Cualquier despropósito extremista es mejor que nada […]. En fin, opino que hemos emprendido un sendero capaz de conducir a cualquier tipo de locura. Creo que la sinrazón que puede surgir de todo esto no tiene límites, además de ser muy peligrosa. Yo podría sintetizar el futuro en una sola palabra; y esa palabra es aburrido. El futuro será muy aburrido.

J. G. Ballard

Hemos dejado de mirar al cielo, de observar las estrellas y de buscar significado en el soplo del viento. Jamás habíamos estado tan seguros de nuestra supuesta superioridad como especie ante el mundo natural. Hemos subyugado la realidad misma y la forma en la que decidimos percibirla. Para efectos prácticos, nuestra divina ciencia ha resuelto todo lo que vale la pena resolver y lo que falta es mera cuestión de tiempo. Sabemos cómo funciona el mundo por lo que no nos queda más que vanagloriarnos en la sociedad de consumo que inconscientemente hemos generado.

Todo está aparentemente resuelto ya. Los deseos son realidades o ilusiones. Espejismos alcanzables mediante las artificiales libertades de una realidad digerida, estandarizada y mayormente bajo control. Jugar, estudiar y trabajar muy duro mientras seguimos las máximas de leyes, convenciones y tradiciones absurdas e inexplicables es todo lo que necesitamos hacer para cumplir nuestras fantasías más anheladas.

Nietzsche sabía que nuestro amor por el deseo siempre ha sido superior al objeto deseado. ¿Qué nos queda entonces ahora que hemos traicionado esa característica básica y vital de nuestra humanidad? Nada. Un vacío. Un nihilismo que finalmente nos alcanzó como sociedad y cuya burla mayor es la ironía de presentarse como la única significancia de nuestra modernidad.

¿Cómo explicar esa Nada eterna e infinita que ahora se ha vuelto puntual, cotidiana y terriblemente angustiante? La dificultad que presenta el nihilismo en cuanto a su descripción proviene de su estado dinámico y cambiante. Su naturaleza no es un concepto en sí; sino un proceso, un mecanismo que está en marcha bajo una temporalidad invisible.

El nihilismo es un instante supremo en dónde, contrario a lo que se podría pensar, confluye absolutamente todo. Es en esa presencia total en la que es posible visualizar el vacío. Ese vacío no se observa en tanto que se siente; pues es solo a través de las emociones podemos escapar al tiempo. En esa experiencia consciente de existencia se da la realización de que el nihilismo no deber ser explicado; sino entendido en el mismo sentido que se entiende un sentimiento.

¿Qué sentimiento identifica entonces el vacío de nuestra arrogante sociedad? El tedio, en su fenomenología moderna. Jamás habíamos estado tan aburridos en un mundo con tan aparente potencialidad. Ortega y Gasset ya lo expresaba con precisión:

 

Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva. (1)

 

Las consecuencias de este estado tan literalmente deprimente son múltiples y complejas. Tanto en la ética como en la estética hemos vaciado de significado y trascendencia a cualquier experiencia humana, artística y moral. Es entonces cuando los excesos se vuelven fascinantes. La transgresión de límites superficiales es nuestro opio moderno. Somos adictos a las imágenes de falsa libertad, a observarnos como rebeldes de causas que no conocemos ni por accidente. Entes creativos cuya sensibilidad es el reconocer lo culturalmente relevante en una sociedad dónde la cultura se ha masificado como una marca de refresco más.

Todos jugamos a ser artistas sin entender lo humano de una verdadera experiencia estética. La emancipación creativa es una inerte superposición de imágenes que interpretamos como significativas. Pero pronto nos encontrarnos nuevamente con ese profundo vacío, con ese desgastante tedio, con un inmenso aburrimiento ante la potencialidad insatisfecha de una generación históricamente ignorante y socialmente miope.

Nos perdemos en vicios banales y destructivos de forma casi inconsciente. Buscamos la emoción de un sentimiento puro en los extremos de una vida de la cual nos sentimos merecedores y supremos soberanos. Ignoramos voluntariamente el contexto de nuestra existencia asumiéndonos herederos de un presente construido mayormente en circunstancias que jamás nos preocupamos en procurar.

Cuando nuestros compromisos sociales, nuestro trabajo, nuestra familia y nuestras religiones nos reclaman lo infantil de estos excesos, ahogamos esta incomprendida culpabilidad en rituales de reivindicación tan vacíos como todo lo demás. Convivimos con gente que detestamos, trabajamos en oficios que nos desgastan, cumplimos con una familia que no conocemos y nos damos golpes de pecho ante instituciones y credos que jamás hemos profesado. Así, sofocando el ligero fuego de la angustia mediante arrepentimientos absurdos, nos sentimos nuevamente tranquilos para seguir auto-destruyéndonos en un nihilismo verdaderamente destructor.

No todo está perdido aún; pues ese mismo abismo también alberga la contraparte, el gemelo de ese nihilismo pasivo e inerte. En un rincón de aquella oscuridad conversan la angustia, la melancolía y nuestra olvidada razón histórica; ahí en dónde la naturaleza aún reina suprema y dónde los sensibles no se avergüenzan en aseverar que el Universo seguirá siendo un misterio es dónde está la chispa que puede hacer arder nuestra marchita sociedad.

(1)   José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Colección Austral, 2010, p. 102

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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Mi Perro, Meursault

May 24, 2015 Alberto Lizárraga Castro
Fotografía: Fuente

Fotografía: Fuente

La vida de Meursault, el perro, es un ciclo interminable de eventos conocidos que —aparentemente— convergen entre lo asombroso y lo divertido. Este supuesto nace del método de observación científica, con el cual describimos y explicamos comportamientos, con la obtención de datos fiables correspondientes a conductas, eventos, y/o situaciones, insertadas en contextos teóricos.  

Es así que comienza su historia.

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In Despertares
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La hora

May 24, 2015 Federico I. Compeán

No sé porque me preguntó la hora. Estoy seguro que eso no le importaba. En estos tiempos todo mundo puede abrir su celular y ver rápidamente que hora es. Sin embargo, se aproximó; y con un extraño tono que mezclaba de forma natural la timidez con la seguridad de quien sabe que su pregunta es absurda pero necesaria, preguntó la hora.

Yo por mi parte se la dije.

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El inmanente dios del tedio

May 24, 2015 Revista Ataraxia

¿De qué hablamos cuando nos dirigimos a los dioses? Cuando observamos hacia arriba o hacia dentro lo hacemos por temor. Tememos al tiempo, a la muerte y al silencio.  Dentro de aquel miedo, en nuestras profundidades, encontramos el tedio.

El aburrimiento, en toda su banalidad, antecede a todos nuestros temores, desesperaciones y angustias. Se eleva como una niebla tenue que incomoda, pero no preocupa. Como un mal menor en una realidad de frenetismo, locura y violencia. Se le ignora, se le escapa y; ante todo, se le niega. 

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