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Polvo eres

November 26, 2014 Marcela Reyes

Foto: De la serie "Fecha de expiración" de Mariana Reyes

"Pero la vida no tiene otro final posible que la muerte". 

— Rosa Montero

 

La veo a través del cuarto. B. está recargada en el marco de la puerta con la mirada ida. Con un vacío de todo, del alma, del cuerpo. 

[Aquí estamos, en esta sala pequeña, pero casi llena de deudos, de gente que sufre por ausencias.] 

Por si no fuera suficiente su delgadez, pareciera que la muerte de su madre le va a quebrar los huesos en pedazos. En polvo. 

Pareciera que eso hace la muerte. Te reduce al polvo.

Rezan rosarios y ruegan por el alma del muerto en vez de rezar y rogar por ellos, por uno mismo, porque olvidan —o tal vez no saben— que lo peor es seguir, continuar y no morir en el intento. Los muertos, muertos seguirán, tal vez —yo no lo sé de cierto— ahí siguen, en un plano, en un tiempo y espacio distintos, pero nunca es lo mismo. Así que si hay que rogar por alguien, tendrá que ser por los vivos y su calvario que continua, que le llaman vida. 

Alguien llora frente al féretro. Las lágrimas salen de no sé dónde. Salen y salen y no se pueden contener, porque el dolor es tanto y tan indecible. Tan definitivo y tan fulminante.


Sobre el autor:

Marcela Reyes

Mejor conocida en los bajos mundos del internet como Marcemars. Escribe, edita, traduce, da consejos sobre conejos y pone ñoñerías en Escritorio Público. En los últimos meses le ha dado por preguntarse cosas sobre la muerte, el duelo y el dolor.

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¿De qué hablarán los fantasmas?

November 22, 2014 Federico I. Compeán

Fotografía: Fuente

A los fantasmas no se nos permite estar cansados. O más bien no se nos permite utilizar esa excusa. Cuando el clima se encuentra todo fuera de balance y loco a nosotros es a los primeros que nos echan la culpa. ¡Bah! Que nos queda si no es jugar un poco… la eternidad tiende a volverse un poco aburrida, de eso no hay duda. Pero deja te platico un poco más sobre nosotros, verás que no te la vas a pasar mal de este lado. Nada peor que el mundo de allá arriba, eso si te lo puedo asegurar. Cuando tenía tu edad… bueno, no tu edad, porque no sé exactamente cuántos años tienes y pues yo no recuerdo tampoco cuantos años tengo ya; o cuantos años tenía cuando se supone tenía la edad que ahora tú tienes. Aunque técnicamente ya no la tienes porque estás muerto, pero algo de años debiste tener, el caso es que ahora tenemos tiempo de conversar.

Los fantasmas gustan de una elocuente conversación al igual que tú o yo. En su libre confluir a través de los canales del mundo y los sueños acostumbran también reunirse a platicar sobre las irrelevancias de un Universo carente de sentido. Son especialmente buenos en comprender la insignificancia del todo; por ello son bromistas natos e ilusionistas de la más alta categoría. Platican acerca de la manera más divertida de engañar a los humanos. Gustan hacerlo con sueños, con música y con espejismos; pero la mayoría encuentra en las memorias el vehículo perfecto de la ilusión.

Las memorias son fantasmas que se encuentran dentro y fuera de nuestra mente. Se confunden con lo onírico y la añoranza de futuros perdidos. Se hacen presentes cuando se habla de ellas, cuando se reviven momentos e instantes que han quedado olvidados por el tiempo. Son lágrimas que se derraman por tiempo pasados, son risas tímidas de recuerdos confusos, son melancolía pura y estética de existencia.

Cuando los espíritus conversan lo pueden hacer por segundos o por siglos enteros. El tiempo, al ser un fantasma también, no tiene efecto ya sobre estos entes. Ríen, muchas veces, al observar nuestro cansancio, nuestro frenetismo y nuestra obsesión con la fugacidad de momentos incomprendidos. Otras veces hablan sobre los perros que se pierden en la calle, sobre los posters que se pegan ofreciendo recompensas y sobre los nombres absurdos que reciben las mascotas. Hay veces que discuten sobre el clima, aunque para ellos es un tema mucho más emocionante. Hablan sobre por qué los espíritus de las estaciones y el viento han perdido el encanto a los patrones y ahora hace lo que les plazca con las corrientes de los océanos.

Los fantasmas también gustan de hablar de ellos mismos. Han olvidado al mundo de los humanos pero no sus sentimientos. Aunque comprenden su colectividad y eterno devenir mucho mejor que nosotros, son seres fragmentados también. Hablan de amor, de libertad, de justicia; pero en un sentido que no podríamos comprender. Son narcisistas y superficiales, pero lo son porque los ríos de conciencia no permiten nada más.

Ellos han olvidado el cansancio y han aceptado la eternidad. Prefieren por ello hablar con preguntas. Eternas y constantes preguntas. Largas, cortas, coherentes y muchas veces sin sentido. Al tener al infinito delante no les queda más que entretenerse en cuestionamientos eternos. Ellos tampoco comprenden del todo la voluntad del Universo y su manifestación; sin embargo existen en esa misma grandiosa coincidencia que comparten con nosotros. Saben, al menos, que nada es fortuito.

Los fantasmas no hablan de imágenes, pues estas les son invisibles. En su etérea naturaleza no comprenden los juegos de colores que solo nosotros observamos. Ellos sienten la creación en el sentido de la esencia de las cosas. No requieren observar, ni escuchar, ni oír; pero si hablar. También les da sed de expresión, pues es solo mediante esta que pueden manifestar esa voluntad universal que no comprenden.

Los fantasmas no hablan entonces con palabras, sino a través de ellos mismos. Para ellos todo es una sola cosa, pero no la misma cosa. Así como nosotros sentimos nuestras manos, nuestro cabello y nuestro cuerpo que sabemos es uno pero no uno solo, ellos sienten la totalidad del espectro de existencia; y así como nosotros expresamos deseos a nuestro cuerpo, ellos conversan de todo esto en su peculiar infinidad.

Por ello sus pláticas nos confunden cuando éstas penetran en nuestros sueños, en nuestras visiones, en nuestras ideas y en nuestro sentir. Sus conversaciones son nuestra existencia; sus risas nuestros sonidos; sus llantos nuestros tormentos; sus angustias nuestros miedos. Pero hemos olvidado cómo escucharlos. Tememos terriblemente a sus palabras; nos aterra lo parecido que son a nosotros y, al no conocer que hay detrás de las puertas dónde habitan, preferimos ignorarlos.

Ellos también se han alejado de nosotros, huyen al ruido excesivo de nuestro presente. Se esconden en dónde el silencio aún habla, dónde el viento juega y las gotas de lluvia componen profundas melodías. Algunos se han refugiado en la torre invisible que lleva a la luna, otros entre las cuevas y sus ancestrales rocas. Muchos se encuentran en el tope de las montañas, dónde la fertilidad aún reina. Otros vuelan al lado de las nubes, retumbando en los cielos y cargando de colores el panorama. Los más inquietos fluyen con el fuego, con el carbón, las chispas y el viento. Otros más tranquilos habitan los ríos, mares y océanos. Los más desesperados han huido lejos, se han convertido en cometas, estrellas y galaxias enteras. Ella era así. La tierra también fue un fantasma.


Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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La personal, terrible y pequeña tragedia de Jesús Araujo

November 11, 2014 Lérida Jerez Sánchez

Fotografía: Fuente

“Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo”

Antoni Porchia

 

Hay algo que tienes que comprender sobre Jesús Araujo, él era el tipo de hombre que quería trascender. Tu megalómano promedio que quiere alcanzar la dominación mundial antes de los 45 años y que se masturba mentalmente con las conquistas de Alejandro Magno.  El típico loco que soñaba con que cuando la gente dijera su nombre evocaran su rostro.

Jesús tenía 33 años y como le gustaba repetirse todos los días frente al espejo en un inglés con cierto acento tenía “the right job, the right ride and the right bitch”.  

Empezó a trabajar a los 24 años, recién egresado de la escuela más cara de todo el país, como consultor legal en la firma del primo hermano del mejor amigo de su padre. En menos de 10 años había logrado brincar, gracias a un montón de estratagemas, de las leyes  y pequeño defensor de las causas justas a estrella refulgente de la política local y figura vagamente relevante a nivel nacional.

Sus actividades, llamémoslas extracurriculares para mantenernos políticamente correctos, le permitieron darse un estilo de vida suntuoso. Su orgía de excesos culminó en un Koenigsegg Agera S, un carro que tuvo que importar desde Suecia y que aceleraba en 2.9 segundos con todo el brío y testosterona que pueden comprar 1.5 MDD.  

A los 27 se casó con una mujer que conoció a las afueras del Congreso. Ella iba en su propio camino al éxito cuando la atrapó.  Era francamente el trofeo perfecto, lo suficientemente lista y preparada para brillar sola si así lo deseaba, pero totalmente consciente sobre cuál era su lugar en la relación que ambos llevaban: callada a menos que se le dijera lo contrario, madre de sus hijos y con derecho a disfrutar de su dinero.

Ahora que tienes una leve idea de lo que era, deja que te cuente las últimas horas de su vida, intrascendentes y vacías.  

Como todas las noches ominosas ésta estaba sumida en el silencio, no corría el aire y no respiraba la casa, todo estaba esperando que algo sucediera. En esta paz aparente Jesús dormía sólo en el sillón de su despacho. Abrió los ojos de repente y la sacudida fue tal que pudo sentir algo desaparecer de su cuerpo. Como el dolor en el abdomen cuando te levantas muy rápido y el vértigo cuando bajas una escalera sin pausas.

Así como así había perdido su conciencia de la muerte.  Jesús no sabía que íbamos a morir; ni él, ni tú, ni yo. Ya no participaba en la tristeza colectiva que nos produce la certeza de nuestro inevitable final.  Gracias a esto la oscuridad ya no era muerte, pero la luz tampoco era vida. De forma tan rápida e indolora Jesús se alejó un poco de las filas humanas.

Venga, no te me quedes viendo así. No es que el sujeto se volviera inmortal, simplemente no sabía que un día iba a morir.  Por su puesto que todos vivimos con una eterna negación al respecto, pero hay una diferencia muy clara entre eso y sencillamente no computar que va a pasar. Te lo pongo así, puedes negarlo lo que quieras pero una parte de ti lo reconoce como verdad inamovible.

El Lic. Araujo permaneció acostado unos momentos apretando fuertemente las manos, encandilado por la luz todavía prendida en el despacho. No podía mirar hacia afuera así que cerró los ojos y miró hacia adentro. Se dio cuenta que faltaba algo pero no sabía bien qué.

Memorias que le habían acosado durante todos sus días esta noche parecían no tener peso ni sentido. Pensó en aquella vez cuando tenía 5 años y su pez mascota flotaba panza arriba en la pecera. Pudo verse claramente llorando, podía ver el rostro de su madre intentando explicar algo  y podía escuchar su voz infantil decir “mamá, eso me da mucho miedo” mientras se secaba la cara con sus mangas y sorbía los mocos.

Se acordó de cuando tenía 12 años y se acabaron las visitas al abuelo los domingos. El padre intentando pintar una versión desdibujada y deforme del viejo, fallando primero en los detalles y luego en la generalidad. Borrando al hombre que habían conocido y convirtiéndolo en una caricatura conveniente que se mencionaba de vez en cuando durante la cena.

Esta parecía ser información relevante para su vida, una de las varias experiencias que lo habían convertido en el hombre que era pero en ese momento ya no podía asignarles el valor que habían tenido antes.

Pasados unos minutos desde que despertó, con cierta claridad volvió a abrir los ojos pero en esta ocasión a conciencia. Quiso levantarse como siempre y hacer su ritual “the right thing, the right stuff and the right what?” no podía recordar bien cómo iba y ante mayor análisis realmente ya no quería hacerlo. Prefirió decir en voz muy baja: “bueno y todo esto, ¿para qué?”. Sus medallas se transformaban en nimiedades.

Jesús se daba cuenta que el impulso se le escapaba de las manos, esa cosa que faltaba había sido vital para mantener la coherencia de la vida y su movimiento, había sido la batuta que lo había marcado todo.

Para él todo perdió sentido, la lucha por la trascendencia sobre sí mismo que había abanderado se quedaba sin líder, porque cuando crees que todo es eterno pierdes la necesidad de ser recordado.

En su alma ya no encontró razón. Inerte permaneció Jesús Araujo en su despacho a veces con el incesante sonido del teléfono como música de fondo, otras con su respiración cada vez más pausada y de vez en cuando al son de voces que ya no significaban nada.

No quiero decirte que Jesús se nos fue de un momento a otro. Hubo convulsiones sorpresivas de voluntad, pero era voluntad de la barata. La que te lleva a cambiar de posición o a contestar con monosílabos nada de ésa que a veces mueve al mundo ni la que te deja vivir más de unas cuanta horas. Ya no salió Jesús de su despacho ni para cambiarse y mucho menos llevar acabo el destino que había creído desde siempre. Murió en su sillón, sin darse cuenta y sin darle importancia a lo que dejaba de sí mismo.


Sobre el autor:

Lérida Jerez Sánchez

Lérida (sí como Mérida pero con L), nació en el D.F. pero actualmente reside en Nuevo León. Periodista de carrera desde hace algún tiempo alterna sus días entre proyectos sociales y escribiendo discursos a los que su jefe no les hace justicia cuando los lee. Con un particular gusto por escribir en la madrugada, se mueve entre la realidad y la ficción.

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