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El Tiempo

July 14, 2015 Federico I. Compeán

El tiempo lo ensombrece todo. Es una ilusión que mata, que destruye, que detiene. Un espejismo turbio e incomprensible; pero letal. Un sueño del cual no podemos despertar; una mentira que nubla nuestro existir.

Siempre presente; siempre corriendo. Incontrolable e inalcanzable. Los que lo tienen lo desperdician y solo quién lo necesita se acuerda de él. Tratamos inútilmente de matarlo, de consumirlo; pero al final es él quien termina por agotarnos.

La verdad es que no lo necesitamos. Cuando se nos acaba el tiempo es cuando recordamos lo esencial; es cuando sentimos con más fuerza, cuando hablamos con más anhelo, cuando lloramos con menos pena. Es al ver el final tan inmediato que nos olvidamos de todo lo que no importa. De todo lo que nunca importo.

Pero no me refiero a la muerte; pues la muerte es repentina y aún más mundana que el dormir. El tiempo se termina cada día, cada hora. Pero se va sin que no demos cuenta; se esconde en la noche tras la luna y en el día bajo la inmensa sombra del sol. Se va porque sabe que lo necesitamos; pero que estamos mejor sin él. La inercia lo reclama y la indiferencia lo distrae; pero aun así el tiempo siempre se escapa por un camino del que no puede volver.

Se mueve tan rápido y en silencio que a veces creemos que sigue ahí. No tenemos cuidado de asegurarnos de su presencia y al final; cuando se acaba y lamentamos su partir, nos damos cuenta que el tiempo es lo menos importante de todo lo que hemos perdido.

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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Gestión Crítica

July 2, 2015 Revista Ataraxia

La semana anterior se llevó acabo el Seminario Horizontes de la Gestión Crítica, organizado por 17 Estudios Críticos en conjunto con el Instituto de Investigación y Estudios en Cultura de Derechos Humanos (Cultura DH).

El seminario consistió en una variada mezcla de talleres y conferencias llevadas por una nutrida selección de ponentes internacionales. El eje conductor fue el elusivo término de gestión crítica.

En el contexto dado es más o menos posible entender la intención conceptual de reunir términos generalmente separados como son la administración y la crítica. De entrada se podría suponer una directa confrontación, pues la tradición del pensamiento crítico normalmente queda de lado en cualquier arreglo organizacional tradicional de empresa. Se solía decir (aún en algunos casos) que se nos pagaba para trabajar, no para pensar.

La retórica de managerialismo ha cambiado con los años, sin embargo no se podría decir que su canon se ha ajustado de forma dinámica a la compleja realidad que vivimos en el siglo XXI. Y en esa contradicción no tan aparente es de la cual resulta la motivación para hablar de gestión crítica.

¿Pero qué es gestión crítica? ¿Y por qué hablar de ella hoy? Como lo menciona Andrés López, coordinador de este tema en 17:

Habría que decir que la gestión crítica no es ni un conjunto acabado de prescripciones sobre tal o cual aspecto particular de la gestión ni tampoco es una doctrina. Creo que más bien es una invitación a pensar las cosas que tienen que ver con la gestión desde una perspectiva radicalmente diferente. Los problemas a los que se enfrenta la gestión crítica son los mismos que se plantea cualquier gestión, lo que cambia es la forma de abordarlos y, por tanto, las soluciones.
En resumen, diría que, en una situación en la que las cosas no funcionan, la gestión crítica nos convoca a pensar los problemas de otro modo, echando mano de aquellas corrientes de pensamiento que, por molestas (la crítica siempre es molesta), han sido sistemáticamente puestas a un lado por managerialistas tradicionales.

Resulta interesante observar cómo estamos viviendo un boom de emprendedurismo tecnológico, de profesionistas independientes, de aproximaciones aparentemente novedosas a las formas de organización tradicional y de reclamos abiertos a las estructuras históricas de las empresas. A pesar de todo lo anterior, el enfoque no deja nunca de lado el mismo argot administrativo que le dio origen. Es decir, se observa más un cambio orillado por la misma naturalidad de una brecha generacional que se pronuncia por la misma inercia tecnológica a un verdadero re-planteamiento de los conceptos organizacionales del mercado.

Lo anterior puede no ser malo ni bueno; simplemente es el devenir práctico de las cosas; pero lo que si resulta crítico –en otra de las versátiles significaciones de la palabra- es generar espacios para discutir estos temas que de momento parecen tan inciertos.

Ese fue el espacio pensado por 17 al convocar este seminario.

Ruud Kauilingfreks discutió la naturaleza rizomática de los lazos entre empresa y estado para poner en el panorama el tema inherentemente ético que resulta de pensar estas conexiones como colectivas.

Cristina Santamarina nos habló de la importancia de los abordajes de investigación crítica en las organizaciones, poniendo de por medio el hecho de que no podemos dar nada por sentado y haciendo la distinción clave entre analizar una realidad de hechos y otra de procesos.

Humberto Salazar compartió su experiencia en el desarrollo de modelos de gestión para organismos de sociedad civil enfatizando el carácter hibrido de estos mientras iba desdibujando las distinciones, muchas veces conflictivas, entre lo público, lo privado y lo político.

Vladimir Safatle mostró las paradojas relacionadas con el acercamiento a una gobernanza crítica, poniendo en entre dicho las aproximaciones reformistas de un sistema de Estado y Empresa difícil de reconfigurar.

Finalmente Laurent Ogel nos compartió casos de éxito y enfoques de nuevas empresas en el balance social, ambiental y económico desde una perspectiva de diseño y con raíz en el archivo profundo de identidad y valores de una organización.

Los talleres profesionales impartidos en el mismo marco permitieron un acercamiento significativo con cada uno de los ponentes así como un dinamismo mayor en cuanto al dialogo generado.

Por la misma naturaleza de los temas y la multiplicidad de enfoques para su tratamiento el Seminario no desembocó –por suerte- en ninguna conclusión general; pero si deja claroscuros importantes y caminos de desarrollo para repensar la manera en la que nos pensamos dentro y fuera de nuestras organizaciones.  

In Despertares
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Pensarse a sí mismo

July 1, 2015 Federico I. Compeán
Fotografía: Fuente

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Considero que le debo a los instantes el generar esta breve reflexión. Un simple y corto pensamiento de la elusiva actividad de pensarnos a nosotros mismos. Lo anterior ya se viste de un tono ligeramente académico y, por ende, de un sentimiento de aridez.

Más me valdría hablar aquí de amores anteriores y de emociones inmediatamente asimilables como propias de un lector invisible y genérico. Esto es lo que resulta lamentable. Es necesario hablar en dos dimensiones para poder hacer mella en la consciencia individual. De esa individualidad inerte y superflua que entrevé sus necesidades como meros enunciados en los que se posibilita la necesidad de “dar click”.

Es triste, en definitiva lo es, el tener que aderezar historias en los mismo términos burdos con los que estás pueden conectar por sobre su humanidad latente. Hay que hablar de imágenes y espectáculos mientras se utiliza un lenguaje adecuado para tal perversión. Y así, dejamos emociones reales (no conceptos) en los escondrijos de una realidad vuelta a menos.

Pensarse a sí mismo sigue siendo entonces un acto de aburridísima rebeldía. ¿Qué soy yo sino los mitos que me ha inculcado una realidad material que no comprendo? Soy ideología viva de un Universo de apariencias. Pensarse a sí mismo entonces puede ser el simple hecho de reconocerse como mercancía de un arreglo social regido por el todopoderoso mercado de las imágenes. Pero ahí radica la trampa y ahí es dónde encontramos la solución.

Pensarse a sí mismo es un acto definitorio de consciencia. Pero ya hace falta mucho más que el estar conscientes. La conciencia de nuestra individualidad pura y dura nos la dan también los productos que consumimos. No engañan, tal vez, pero nos muestran con una claridad casi prístina lo que es ser y existir en esa deliciosa individualidad de consumo.

De tal suerte que pensarse a sí mismo tiene que ir un poco (no mucho) más allá. Tiene que ser un acto que se ejerza por sobre las fuerzas sociales de la hegemonía de experiencias superfluas de placer y dolor sintético. ¿Qué hay por ahí en ese callejón tan abstracto? Hay crítica.

La palabra, por si sola, elucida una multiplicidad de significados. Es una confrontación, una reflexión, una posibilidad…. ¡una urgencia! Eso y más es la crítica; pero esencialmente la crítica es y tiene que ser el encuentro con el disenso. No en el sentido de una discordia reaccionaria, sino en el debate iluminado por la realización de un marco contextual e histórico único. Es decir, dentro del diálogo de las responsabilidades.

¡Pero que burdo es esto (y todo aquello)! Más me valdría engañar a la muerte en un juego de ajedrez que hablar de estos grises tan devastadores. Y puede, sí, que sea verdad. ¿Entonces? ¿Hemos perdido la batalla contra el gran espectáculo? No, no se trata de verlo como una guerra, como una estrategia, como un núcleo de sentido y significación.

El pensarse a sí mismo empieza en la misma absurdidad donde termina. No se delimita por odas de guerra y nostalgias de conflicto. Su fortaleza es su vitalidad, y como toda alegoría física se basa en la cuestión inherente de los instantes.

Pensarse a sí mismo es entonces ejercer rebeldía en temporalidad, es interrumpir el aparentemente ininterrumpible flujo de la decadencia moral. El pensarse a sí mismo es de-construir marcos teóricos que tardaron siglos en erigirse; no por arrogancia sino por necesidad. El pensarse a sí mismo es detener el frenetismo de una racionalidad pensada erróneamente. El pensarse así mismo es ejercer la forma más bella de individualidad. Esa que se piensa en relación al otro… en relación al mundo.

Nada de lo anterior tiene o debería tener consecuencias instrumentales; pero sí deberían mostrar cambios de actitud ante realidades ininteligibles. Lo anterior no es mera retórica, pues aunque sus palabras hayan sido seleccionadas cuidadosamente, su sentido no recae en su estética sino en su posibilidad… es decir, en su ética.

La ética es y siempre será relacional de la duda, de la incertidumbre, del “no saber qué hacer”. Y pensarse a sí mismo tiene entonces que ser el principio director de una sociedad ética y no moral. Una comunidad progresiva, comprensiva y reflexiva. Una elucidación de la madurez de una especia esencialmente salvaje; pero indudablemente dinámica.

Vivamos pues en duda. En una duda tan abrupta que nuestras creencias sean meras cartografías incompletas. En una duda tan pronunciada que la lógica se transforme en herramienta. En una duda tan presente que Descartes nos parezca detestable. En una duda tan histórica que nuestros pueblos, hermanos y miembros de realidad entiendan como parteaguas de un discurso vacío y no como continuación de este.

Pensar en sí es construir para otros.

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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Repeticiones y otros sones

June 15, 2015 Federico I. Compeán
Fotografía: Fuente

Fotografía: Fuente

 

Las palabras no se agotan, simplemente se acaba la voluntad de redactarlas. La infinidad de configuraciones que permite una hoja en blanco es suficiente para comprender la inmensidad del universo. Habrá palabras que se repitan y habrá otras que se vuelven palabras al hacerlo. Una coma es suficiente para re-descubrir el significado de una cortina más del cosmos y un texto; para entrever los colores del todo.

Las estrellas son diosas e imágenes vacías a la vez. ¿Qué no somos acaso lo mismo? Al menos venimos del mismo lugar. Puede entonces pasar uno la eternidad de las eras intentando descubrir el lirismo de una existencia vacía y, a la vuelta del tiempo, darse cuenta que los agujeros negros son el estanque de las galaxias.

Si la luz dictamina la visión de lo existente (en la saturada ironía de los reflejos); ¿no será entonces la oscuridad redentora de los sueños? Resulta agobiante la precisión de las imágenes metafóricas cuando estas se observan ensimismadas en la realidad que pretenden desafiar; más, la necesidad de comprender la disonancia de las ideas y el dinamismo de emociones que hemos olvidado persiste.

Ya no hay tiempo para evocar sentimientos y sublimar banalidades. No por nada los jóvenes se burlan del artista con sus agotadas imágenes de lo inadecuado. Son flujo e histéresis de un fracaso generacional. Son réplicas y replicantes de una broma infinita de repetición carente de arrepentimiento, angustia y voluntad.

Cansa también el intentar explicar lo obvio. El desperdiciar líneas y momentos de inspiración para justificar visiones sesgadas de una actualidad más allá de la redención. Cuesta trabajo también volver al dinamismo de una expresión libre y literaria de pretensiones conceptuales y momentos de divinidad individual. Atiendo entonces a la musicalidad del destino. A los acordes que dibuja el viento y las transiciones que marcan las nubes. La pauta entonces se vuelve eternidad. El pentagrama del existir se toca con la lucidez de la conciencia y con la añoranza de una totalidad que solo le pertenecía al tiempo antes de su existir.

Somos prisioneros de la irrisoria libertad de los vacíos. Experimentamos la conciencia del instante dividido en copretéritos de insulsa entropía. Y de repente, las estrellas colapsan, las galaxias desaparecen y los cometas se encogen. La luz queda atrapada en un mar de oscuridad y vacíos eternos. La nostalgia de un pasado redentor se esboza de nuevo y así, en fragmentos, comienzan a repetirse las palabras una y otra vez. 

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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¿Sufragio efectivo?

June 6, 2015 Federico I. Compeán
Fotografía: Fuente

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“No hay nada de malo en admitir que se ha pasado toda una juventud y vida adulta en estado de despolitización, así nos quiere el sistema. Lo que sí me preocupa es la gente que quiere recuperar el tiempo perdido y compone versiones de la historia política para no evidenciarse como una persona que apenas despierta.”

Cordelia Rizzo

 

“No hay estado democrático” nos dice Rancière en una interesante discusión con Laclau sobre Estado y democracia. ¿Qué diferencia hay entonces entre el concepto de democracia y la conformación de un Estado democrático? Responder a esa pregunta sería casi imposible en el marco de un breve texto como este. Asimismo no es la intención elaborar aquí un desarrollo conceptual sobre teórica política; sin embargo si es preciso marcar algunas distinciones que se originan de la discusión citada.

La democracia en sí se levanta como un concepto positivo de igualdad. Representa la voluntad de una mayoría partícipe de la organización de su comunidad, estado y nación. De la elusiva connotación del “pueblo” para el pueblo. El qué o quién representa el “pueblo” es también un tema escabroso. El qué representa la voluntad de este lo es aún más. Si todo este tema se nos muestra tan abstracto, habría entonces que ser muy cuidadosos de cómo el Estado, especialmente en esta época electoral, maneja todos estos términos como dados.

Ese gobierno que, en concepto, se construye como parte de la realización del ideal democrático, no tiene reparo en bombardearnos cada 3 o 6 años con discursos diversos que pretenden (porque no lo logran) empatizar con esa ambigua voluntad del “pueblo”.

Lo que si resulta evidente es que hay una desconexión entre los comportamientos de ese Estado con el discurso que este erige. La problemática no es leve; pues esa desconexión se muestra en situaciones muy graves: violencia sistematizada, desapariciones, inequidad, pobreza y corrupción generalizada; por mencionar algunas. Es fácil concluir entonces que ni los gobiernos actuales ni los candidatos en pugna nos representan.

Me resulta entonces muy particular el comportamiento de nosotros como composición de ese “pueblo” abstracto en el marco de las próximas elecciones. Si la desconexión es evidente, si el hartazgo es generalizado, si la confianza en la política institucionalizada es nula; ¿por qué entonces aún nos volcamos como partícipes de un simulacro democrático como es el votar?

Hay cierta aversión a cuestionar la realidad de nuestro teatrito democrático. Se percibe siempre como incendiario y destructivo el llamar a cuestiones tan simples como la anulación del sufragio. No se diga de las declaraciones conscientes de abstención. De repente, todos nos vemos envueltos en la inercia de una ciudadanía infantil y por algunos meses nos volvemos real y verdaderamente constitucionales bajo el pretexto de ejercer un último esfuerzo por un cambio sistémico mediante la panacea democrática del voto.

Poco nos interesa observar detrás y delante del ejercicio electoral. Atrás hay un montón de historia que parece pasarnos por alto. Una realidad inescapable de que la democracia es si acaso algo nuevo en México. Un historial de contiendas “históricas” en dónde solo cambiaron los gestores de la pobreza e ignorancia de un país ya en crisis. Delante, un horizonte acotado por los mecanismos de una política partidizada que en su obsoleta complejidad ineficiente, presenta un margen de maniobra limitado, desesperanzador e inconsecuente.

¿Pero qué hay debajo de está incongruencia generalizada? La cuestión no es criticar el hecho, sino entender el porqué. Aquí me remito a algunas ideas interesantes de Juan Carlos Monedero cuando habla del gobierno de las palabras. La realidad general parece casi indescifrable. Operamos dentro de ella, pero lo hacemos desde marcos muy limitados y con entendimiento muy superficial de todos los mecanismos que dan origen a nuestro día a día de apariencias. La política no resulta diferente.

Parte de esa realidad material en la que nos encontramos inmersos nos dice que los problemas colectivos realmente son situaciones individuales. Si el Estado ha fallado es porque no nos hemos resuelto a ser buenos ciudadanos, a no dar moche, a tirar la basura en su lugar y a esforzarnos de forma casi enfermiza en sacar adelante nuestro trabajo; por más denigrante, básico y descorazonador que este sea. Si no hemos alcanzado el éxito como individuos es culpa única y exclusiva del individuo.

Esto contrasta de inmediato con la noción de exigencia. Reclamar al Estado más allá del voto es una condición de estudiantes de humanidades, desquehacerados, anarquistas y normalistas reaccionaros. “Para que cambie México tenemos que cambiar nosotros”. La polarización entre lo privado y lo público se vuelve entonces abismal. Nuestro ejercer público se reduce a lo público-individual, a una extensión de lo privado; lo cual se materializa de forma magistral en la elección de votar por tal o cual candidato.

Para tomar una decisión de ese tipo no es necesario analizar las problemáticas de la comunidad, comprender como operan nuestros gobiernos, identificar las causas raíces de nuestros vicios, recorrer la historia del país o siquiera dialogar con nuestros contemporáneos. Para votar solamente se necesita interiorizar el deber individual como un ejercicio en beneficio de nuestra burbuja privada.

De ahí la gran cantidad de monólogos que vemos día a día en nuestras redes sociales en dónde algún fanático de algún candidato (o alguna idea de candidatura) nos exhorta de forma vivaz y casi violenta a votar de tal o cual manera. Por algunas semanas TODO está en juego y las únicas reglas son que tanto podemos explotar la dimensión emotiva de nuestros monólogos para cumplir nuestra misión de llevar a cierto partido al poder.

Tenemos optimistas y pesimistas por todos lados del espectro, pero todo se ejerce dentro del limitante esquema de la elección. Personas que critican las marchas, que han olvidado el caso de ABC, que insisten en que si los desaparecen es “porque algo habrán hecho” y que consideran el ejército la institución más confiable del país; todos ellos se elevan moralmente por sobre los que insistimos en que el voto es tan inútil como su indignación cuando criticamos la “independencia” del Bronco, la invisibilidad de Felipe, la hipocresía de Ivonne o la irrelevancia de Elizondo. Dice Monedero, “un optimista es un idiota simpático y un pesimista es un idiota antipático. Y se trata de intentar no ser idiotas”. Y mientras seguimos discutiendo, las afrentas contra ese pueblo se hacen realidad.

La simulación seduce por su misma naturaleza de juego. Bien decía Baudrillard:

Desde ahora vivimos con un mínimo de carácter social real y un máximo de simulación. La simulación engendra la neutralización de los polos que ordenan el espacio perspectivo de lo real y de la ley, el desvanecimiento de la energía potencial que impulsaba aún al espacio de la ley y de lo social. La era de los modelos, es la disuasión de las estrategias antagonistas donde lo social y la ley estaban en juego –incluso en su transgresión. Ni transgresión, ni trascendencia –pero tampoco estamos por eso en la inmanencia trágica de la regla y del juego, estamos en la inmanencia cool de la norma y de los modelos.[1]

Estamos entonces enfrascados en un juego de potencialidades mínimas y de ahí la gravedad de nuestro espejismo cívico del voto. Retomando a Rancière, “la cuestión para mí es pensar que el presente abre o cierra futuros” y el centrarnos en la acción de votar para cambiar el panorama es cerrar futuros de acción real.

Aquí la cuestión no es tanto si la abstención o el voto nulo benefician a qué partido o mandan un mensaje a qué institución. Eso es irrelevante ya que el distanciamiento del simulacro electoral no es y no pretende ser un mecanismo para ingresar en él. Anular el voto o rechazar el simulacro electoral no es para mandar un mensaje, sino para ser congruentes con la intención de cambio.

La participación ciudadana debe ir más allá del simulacro electoral. El discurso debe ser completo, integral y real. No es un spot, no es un momento, no es un acto de fe o una petición a instituciones corruptas. La participación ciudadana debe ser más que un mito de ideales democráticos.

¿Cómo ejercemos entonces esa ciudanía? La respuesta la encontramos entre la relación entre lo ético y lo político, entendiendo lo ético como el razonamiento de nuestra moralidad y las acciones que de esta se generan. Si entendemos lo ético como la voluntad y posibilidad de acción, encontramos entonces una relación entre nuestra potencialidad real y aquella imaginada que no puede resolverse como acto. La dinámica de ambas opciones es compleja, pero sirve para explicar o al menos entender muchos de los discursos y dinámicas que plagan nuestro paisaje político y social.

Vale aquí hacer la distinción entre reproducción y creación. La primera indica una acción mecánica, un eco inconsciente de actos surgidos de un esquema moral impuesto y no reflexionado. Estas posibilidades dan la impresión de generarse en un esquema de libertad; pero se encuentran acotadas en posibilidades previamente definidas con una potencialidad mínima respecto a las opciones reales del mundo. Léase como ejemplo: votar.

La creación de posibilidades abre ese panorama. Lo reflexiona, lo vulnera y encuentra fuera de él posibilidades de accionar ético acotadas tan solo por la misma realidad. ¿Cuál es entonces la alternativa al voto dentro de este marco? Para poder entender el ejercicio democrático más allá de la individualización ejercida en el voto hay que entender las problemáticas de la comunidad como colectivas. Hay que afrontar la complejidad de los mecanismos que disfrazan y simplifican en retórica la agenda nacional.

Este proceso no es sencillo ni tampoco rápido. No hace falta tan solo una tarde de domingo para resolver lo intrincado de nuestra realidad. Es un compromiso que se antoja mucho mayor y que solo puede realizarse sobre el dialogo comunitario y no el monologo privado. Hay que re-encontrar entonces esa distinción entre lo público y lo político.

Lo público es la relación con nuestra comunidad inmediata, el conocer nuestra colonia, el dialogar con nuestros vecinos, el ejercer todos esos mismos mecanismos constitucionales que enmarcan la república democrática. El exigir, mediante los medios correctos, la presión necesaria para poner en el mapa la voluntad de ese fragmento de pueblo que son nuestras familias, nuestras colonias y nuestros municipios.

Es participar de lo público para incidir entonces en lo político, no solo de las patéticas opciones que nos dan los partidos, sino de todos los mecanismos que el Estado teóricamente facultó para nosotros.

Ese proceso, el de verdadera ciudadanía, tiene también sus respectivos límites y contradicciones. Sus obstáculos y problemáticas. Pero me parece una posibilidad más realista y sincera de avanzar la noción democrática de un país que lleva décadas inmerso en un simulacro. Mientras eso se entiende y generaliza, de momento no le veo caso a votar.

1.      J. Baudrillard, “De la seducción”, Ediciones Cátedra, España, 1981

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

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