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El vacío de las letras ignoradas

October 17, 2015 Federico I. Compeán

Hay veces que quisiera poder escribir hasta ver el amanecer. Sentarme y teclear palabras con una coherencia casi musical hasta el final de la noche. Imagino lo que sería tener una claridad casi divina para ver párrafos ininterrumpidos de ideas presentadas de forma dinámica y lírica. Poder bailar con las letras como se baila con la música. Ver el cansancio desaparecer junto con la noción del tiempo. Dejar únicamente el sonido de cada vocal y consonante en harmonía veloz y placentera.

Escribir así, con ese enfoque, requiere despegarse un poco de la realidad. Para moverse en las aguas de un texto como un pez en las aguas de un río hace falta olvidar que se es un pez y también olvidar que se está en un río. Sentir con la mente y pensar con el alma. Disociar el yo en el todo. Transformar la soledad en una compañía infinita.

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8:32

July 21, 2015 Federico I. Compeán

Hay momentos en que todo parece congelarse. Repentinamente la existencia se convierte en una hoja en blanco, sin líneas, márgenes o referencias. El sentir se esfuma y con él, el tiempo. Observar un reloj pierde entonces sentido.

8:32: Un código, tres números y dos puntos. Así, sin marco contextual, referencia o intención; nos hemos apropiado de un momento. Si observamos detenidamente la silueta de esos números concentrándonos en su superficialidad estética; cabe la posibilidad de caer enamorado ante una ilusión de arte.

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El Tiempo

July 14, 2015 Federico I. Compeán

El tiempo lo ensombrece todo. Es una ilusión que mata, que destruye, que detiene. Un espejismo turbio e incomprensible; pero letal. Un sueño del cual no podemos despertar; una mentira que nubla nuestro existir.

Siempre presente; siempre corriendo. Incontrolable e inalcanzable. Los que lo tienen lo desperdician y solo quién lo necesita se acuerda de él. Tratamos inútilmente de matarlo, de consumirlo; pero al final es él quien termina por agotarnos.

La verdad es que no lo necesitamos. Cuando se nos acaba el tiempo es cuando recordamos lo esencial; es cuando sentimos con más fuerza, cuando hablamos con más anhelo, cuando lloramos con menos pena. Es al ver el final tan inmediato que nos olvidamos de todo lo que no importa. De todo lo que nunca importo.

Pero no me refiero a la muerte; pues la muerte es repentina y aún más mundana que el dormir. El tiempo se termina cada día, cada hora. Pero se va sin que no demos cuenta; se esconde en la noche tras la luna y en el día bajo la inmensa sombra del sol. Se va porque sabe que lo necesitamos; pero que estamos mejor sin él. La inercia lo reclama y la indiferencia lo distrae; pero aun así el tiempo siempre se escapa por un camino del que no puede volver.

Se mueve tan rápido y en silencio que a veces creemos que sigue ahí. No tenemos cuidado de asegurarnos de su presencia y al final; cuando se acaba y lamentamos su partir, nos damos cuenta que el tiempo es lo menos importante de todo lo que hemos perdido.

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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Pensarse a sí mismo

July 1, 2015 Federico I. Compeán
Fotografía: Fuente

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Considero que le debo a los instantes el generar esta breve reflexión. Un simple y corto pensamiento de la elusiva actividad de pensarnos a nosotros mismos. Lo anterior ya se viste de un tono ligeramente académico y, por ende, de un sentimiento de aridez.

Más me valdría hablar aquí de amores anteriores y de emociones inmediatamente asimilables como propias de un lector invisible y genérico. Esto es lo que resulta lamentable. Es necesario hablar en dos dimensiones para poder hacer mella en la consciencia individual. De esa individualidad inerte y superflua que entrevé sus necesidades como meros enunciados en los que se posibilita la necesidad de “dar click”.

Es triste, en definitiva lo es, el tener que aderezar historias en los mismo términos burdos con los que estás pueden conectar por sobre su humanidad latente. Hay que hablar de imágenes y espectáculos mientras se utiliza un lenguaje adecuado para tal perversión. Y así, dejamos emociones reales (no conceptos) en los escondrijos de una realidad vuelta a menos.

Pensarse a sí mismo sigue siendo entonces un acto de aburridísima rebeldía. ¿Qué soy yo sino los mitos que me ha inculcado una realidad material que no comprendo? Soy ideología viva de un Universo de apariencias. Pensarse a sí mismo entonces puede ser el simple hecho de reconocerse como mercancía de un arreglo social regido por el todopoderoso mercado de las imágenes. Pero ahí radica la trampa y ahí es dónde encontramos la solución.

Pensarse a sí mismo es un acto definitorio de consciencia. Pero ya hace falta mucho más que el estar conscientes. La conciencia de nuestra individualidad pura y dura nos la dan también los productos que consumimos. No engañan, tal vez, pero nos muestran con una claridad casi prístina lo que es ser y existir en esa deliciosa individualidad de consumo.

De tal suerte que pensarse a sí mismo tiene que ir un poco (no mucho) más allá. Tiene que ser un acto que se ejerza por sobre las fuerzas sociales de la hegemonía de experiencias superfluas de placer y dolor sintético. ¿Qué hay por ahí en ese callejón tan abstracto? Hay crítica.

La palabra, por si sola, elucida una multiplicidad de significados. Es una confrontación, una reflexión, una posibilidad…. ¡una urgencia! Eso y más es la crítica; pero esencialmente la crítica es y tiene que ser el encuentro con el disenso. No en el sentido de una discordia reaccionaria, sino en el debate iluminado por la realización de un marco contextual e histórico único. Es decir, dentro del diálogo de las responsabilidades.

¡Pero que burdo es esto (y todo aquello)! Más me valdría engañar a la muerte en un juego de ajedrez que hablar de estos grises tan devastadores. Y puede, sí, que sea verdad. ¿Entonces? ¿Hemos perdido la batalla contra el gran espectáculo? No, no se trata de verlo como una guerra, como una estrategia, como un núcleo de sentido y significación.

El pensarse a sí mismo empieza en la misma absurdidad donde termina. No se delimita por odas de guerra y nostalgias de conflicto. Su fortaleza es su vitalidad, y como toda alegoría física se basa en la cuestión inherente de los instantes.

Pensarse a sí mismo es entonces ejercer rebeldía en temporalidad, es interrumpir el aparentemente ininterrumpible flujo de la decadencia moral. El pensarse a sí mismo es de-construir marcos teóricos que tardaron siglos en erigirse; no por arrogancia sino por necesidad. El pensarse a sí mismo es detener el frenetismo de una racionalidad pensada erróneamente. El pensarse así mismo es ejercer la forma más bella de individualidad. Esa que se piensa en relación al otro… en relación al mundo.

Nada de lo anterior tiene o debería tener consecuencias instrumentales; pero sí deberían mostrar cambios de actitud ante realidades ininteligibles. Lo anterior no es mera retórica, pues aunque sus palabras hayan sido seleccionadas cuidadosamente, su sentido no recae en su estética sino en su posibilidad… es decir, en su ética.

La ética es y siempre será relacional de la duda, de la incertidumbre, del “no saber qué hacer”. Y pensarse a sí mismo tiene entonces que ser el principio director de una sociedad ética y no moral. Una comunidad progresiva, comprensiva y reflexiva. Una elucidación de la madurez de una especia esencialmente salvaje; pero indudablemente dinámica.

Vivamos pues en duda. En una duda tan abrupta que nuestras creencias sean meras cartografías incompletas. En una duda tan pronunciada que la lógica se transforme en herramienta. En una duda tan presente que Descartes nos parezca detestable. En una duda tan histórica que nuestros pueblos, hermanos y miembros de realidad entiendan como parteaguas de un discurso vacío y no como continuación de este.

Pensar en sí es construir para otros.

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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Repeticiones y otros sones

June 15, 2015 Federico I. Compeán
Fotografía: Fuente

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Las palabras no se agotan, simplemente se acaba la voluntad de redactarlas. La infinidad de configuraciones que permite una hoja en blanco es suficiente para comprender la inmensidad del universo. Habrá palabras que se repitan y habrá otras que se vuelven palabras al hacerlo. Una coma es suficiente para re-descubrir el significado de una cortina más del cosmos y un texto; para entrever los colores del todo.

Las estrellas son diosas e imágenes vacías a la vez. ¿Qué no somos acaso lo mismo? Al menos venimos del mismo lugar. Puede entonces pasar uno la eternidad de las eras intentando descubrir el lirismo de una existencia vacía y, a la vuelta del tiempo, darse cuenta que los agujeros negros son el estanque de las galaxias.

Si la luz dictamina la visión de lo existente (en la saturada ironía de los reflejos); ¿no será entonces la oscuridad redentora de los sueños? Resulta agobiante la precisión de las imágenes metafóricas cuando estas se observan ensimismadas en la realidad que pretenden desafiar; más, la necesidad de comprender la disonancia de las ideas y el dinamismo de emociones que hemos olvidado persiste.

Ya no hay tiempo para evocar sentimientos y sublimar banalidades. No por nada los jóvenes se burlan del artista con sus agotadas imágenes de lo inadecuado. Son flujo e histéresis de un fracaso generacional. Son réplicas y replicantes de una broma infinita de repetición carente de arrepentimiento, angustia y voluntad.

Cansa también el intentar explicar lo obvio. El desperdiciar líneas y momentos de inspiración para justificar visiones sesgadas de una actualidad más allá de la redención. Cuesta trabajo también volver al dinamismo de una expresión libre y literaria de pretensiones conceptuales y momentos de divinidad individual. Atiendo entonces a la musicalidad del destino. A los acordes que dibuja el viento y las transiciones que marcan las nubes. La pauta entonces se vuelve eternidad. El pentagrama del existir se toca con la lucidez de la conciencia y con la añoranza de una totalidad que solo le pertenecía al tiempo antes de su existir.

Somos prisioneros de la irrisoria libertad de los vacíos. Experimentamos la conciencia del instante dividido en copretéritos de insulsa entropía. Y de repente, las estrellas colapsan, las galaxias desaparecen y los cometas se encogen. La luz queda atrapada en un mar de oscuridad y vacíos eternos. La nostalgia de un pasado redentor se esboza de nuevo y así, en fragmentos, comienzan a repetirse las palabras una y otra vez. 

Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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