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Polvo eres

November 26, 2014 Marcela Reyes

Foto: De la serie "Fecha de expiración" de Mariana Reyes

"Pero la vida no tiene otro final posible que la muerte". 

— Rosa Montero

 

La veo a través del cuarto. B. está recargada en el marco de la puerta con la mirada ida. Con un vacío de todo, del alma, del cuerpo. 

[Aquí estamos, en esta sala pequeña, pero casi llena de deudos, de gente que sufre por ausencias.] 

Por si no fuera suficiente su delgadez, pareciera que la muerte de su madre le va a quebrar los huesos en pedazos. En polvo. 

Pareciera que eso hace la muerte. Te reduce al polvo.

Rezan rosarios y ruegan por el alma del muerto en vez de rezar y rogar por ellos, por uno mismo, porque olvidan —o tal vez no saben— que lo peor es seguir, continuar y no morir en el intento. Los muertos, muertos seguirán, tal vez —yo no lo sé de cierto— ahí siguen, en un plano, en un tiempo y espacio distintos, pero nunca es lo mismo. Así que si hay que rogar por alguien, tendrá que ser por los vivos y su calvario que continua, que le llaman vida. 

Alguien llora frente al féretro. Las lágrimas salen de no sé dónde. Salen y salen y no se pueden contener, porque el dolor es tanto y tan indecible. Tan definitivo y tan fulminante.


Sobre el autor:

Marcela Reyes

Mejor conocida en los bajos mundos del internet como Marcemars. Escribe, edita, traduce, da consejos sobre conejos y pone ñoñerías en Escritorio Público. En los últimos meses le ha dado por preguntarse cosas sobre la muerte, el duelo y el dolor.

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In Ficciones
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Preguntas sobre la muerte

November 22, 2014 Marcela Reyes

Foto: De la serie "Fecha de expiración" de Mariana Reyes

 

¿Cómo funciona la muerte? ¿Cómo pasa alguien de vivir a no existir? ¿Deja de existir realmente? ¿A dónde te has ido que nadie puede verte, nadie puede tocarte, hablar contigo? Y no me refiero a esas conversaciones en la cabeza que todos tenemos y que finalmente son con uno mismo. No. Hablo donde hay una respuesta a lo que se dice. De esas ya no hay. Ya no se pueden. 

Me pregunto esto y recuerdo que hoy cumplirías 60 años. Esos son muchos años para acostumbrarse a alguien, pero si algo he aprendido es que el tiempo nunca se mide en años, en horas o minutos. 

La gente que dice que la vida sigue no podrían estar más equivocados. La muerte es de esos eventos que todo lo paraliza, todo lo deja quieto. ¿Cómo escapar de algo así? ¿Cómo explicarse las ausencias tan prolongadas? ¿Cómo algo termina? 

¿Cómo funciona Dios en estos casos? ¿Qué hace? 

¿Qué sientes? 

Hay una intrínseca duda en todo lo que escribo. Estoy segura de que no tengo ninguna certeza. Bueno esa, y ya. Pero fuera de ese no saber nada, para mí no hay nada. Lo mismo pasa con lo demás: la vida, el amor, la familia. Hay demasiado como para saber algo, cualquier cosa. 

Dicen que la vida es efímera, pero yo no podría estar segura, porque los que quedan vivos siguen recordando, buscando.

¿Qué se queda de nosotros cuando ya no estamos? ¿Hay manera de irse realmente?

El dolor y el recuerdo constante se hacen presentes en cada una de las muertes. 

Todos, creo, morimos un poco cada día. Todos al menos sabemos que esto es efímero, pasajero, como si fuera algo, cualquier cosa. Como si apenas alcanzara a ser, a estar. 


Sobre el autor:

Marcela Reyes

Mejor conocida en los bajos mundos del internet como Marcemars. Escribe, edita, traduce, da consejos sobre conejos y pone ñoñerías en Escritorio Público. En los últimos meses le ha dado por preguntarse cosas sobre la muerte, el duelo y el dolor.

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In Barcos de Humo
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¿De qué hablarán los fantasmas?

November 22, 2014 Federico I. Compeán

Fotografía: Fuente

A los fantasmas no se nos permite estar cansados. O más bien no se nos permite utilizar esa excusa. Cuando el clima se encuentra todo fuera de balance y loco a nosotros es a los primeros que nos echan la culpa. ¡Bah! Que nos queda si no es jugar un poco… la eternidad tiende a volverse un poco aburrida, de eso no hay duda. Pero deja te platico un poco más sobre nosotros, verás que no te la vas a pasar mal de este lado. Nada peor que el mundo de allá arriba, eso si te lo puedo asegurar. Cuando tenía tu edad… bueno, no tu edad, porque no sé exactamente cuántos años tienes y pues yo no recuerdo tampoco cuantos años tengo ya; o cuantos años tenía cuando se supone tenía la edad que ahora tú tienes. Aunque técnicamente ya no la tienes porque estás muerto, pero algo de años debiste tener, el caso es que ahora tenemos tiempo de conversar.

Los fantasmas gustan de una elocuente conversación al igual que tú o yo. En su libre confluir a través de los canales del mundo y los sueños acostumbran también reunirse a platicar sobre las irrelevancias de un Universo carente de sentido. Son especialmente buenos en comprender la insignificancia del todo; por ello son bromistas natos e ilusionistas de la más alta categoría. Platican acerca de la manera más divertida de engañar a los humanos. Gustan hacerlo con sueños, con música y con espejismos; pero la mayoría encuentra en las memorias el vehículo perfecto de la ilusión.

Las memorias son fantasmas que se encuentran dentro y fuera de nuestra mente. Se confunden con lo onírico y la añoranza de futuros perdidos. Se hacen presentes cuando se habla de ellas, cuando se reviven momentos e instantes que han quedado olvidados por el tiempo. Son lágrimas que se derraman por tiempo pasados, son risas tímidas de recuerdos confusos, son melancolía pura y estética de existencia.

Cuando los espíritus conversan lo pueden hacer por segundos o por siglos enteros. El tiempo, al ser un fantasma también, no tiene efecto ya sobre estos entes. Ríen, muchas veces, al observar nuestro cansancio, nuestro frenetismo y nuestra obsesión con la fugacidad de momentos incomprendidos. Otras veces hablan sobre los perros que se pierden en la calle, sobre los posters que se pegan ofreciendo recompensas y sobre los nombres absurdos que reciben las mascotas. Hay veces que discuten sobre el clima, aunque para ellos es un tema mucho más emocionante. Hablan sobre por qué los espíritus de las estaciones y el viento han perdido el encanto a los patrones y ahora hace lo que les plazca con las corrientes de los océanos.

Los fantasmas también gustan de hablar de ellos mismos. Han olvidado al mundo de los humanos pero no sus sentimientos. Aunque comprenden su colectividad y eterno devenir mucho mejor que nosotros, son seres fragmentados también. Hablan de amor, de libertad, de justicia; pero en un sentido que no podríamos comprender. Son narcisistas y superficiales, pero lo son porque los ríos de conciencia no permiten nada más.

Ellos han olvidado el cansancio y han aceptado la eternidad. Prefieren por ello hablar con preguntas. Eternas y constantes preguntas. Largas, cortas, coherentes y muchas veces sin sentido. Al tener al infinito delante no les queda más que entretenerse en cuestionamientos eternos. Ellos tampoco comprenden del todo la voluntad del Universo y su manifestación; sin embargo existen en esa misma grandiosa coincidencia que comparten con nosotros. Saben, al menos, que nada es fortuito.

Los fantasmas no hablan de imágenes, pues estas les son invisibles. En su etérea naturaleza no comprenden los juegos de colores que solo nosotros observamos. Ellos sienten la creación en el sentido de la esencia de las cosas. No requieren observar, ni escuchar, ni oír; pero si hablar. También les da sed de expresión, pues es solo mediante esta que pueden manifestar esa voluntad universal que no comprenden.

Los fantasmas no hablan entonces con palabras, sino a través de ellos mismos. Para ellos todo es una sola cosa, pero no la misma cosa. Así como nosotros sentimos nuestras manos, nuestro cabello y nuestro cuerpo que sabemos es uno pero no uno solo, ellos sienten la totalidad del espectro de existencia; y así como nosotros expresamos deseos a nuestro cuerpo, ellos conversan de todo esto en su peculiar infinidad.

Por ello sus pláticas nos confunden cuando éstas penetran en nuestros sueños, en nuestras visiones, en nuestras ideas y en nuestro sentir. Sus conversaciones son nuestra existencia; sus risas nuestros sonidos; sus llantos nuestros tormentos; sus angustias nuestros miedos. Pero hemos olvidado cómo escucharlos. Tememos terriblemente a sus palabras; nos aterra lo parecido que son a nosotros y, al no conocer que hay detrás de las puertas dónde habitan, preferimos ignorarlos.

Ellos también se han alejado de nosotros, huyen al ruido excesivo de nuestro presente. Se esconden en dónde el silencio aún habla, dónde el viento juega y las gotas de lluvia componen profundas melodías. Algunos se han refugiado en la torre invisible que lleva a la luna, otros entre las cuevas y sus ancestrales rocas. Muchos se encuentran en el tope de las montañas, dónde la fertilidad aún reina. Otros vuelan al lado de las nubes, retumbando en los cielos y cargando de colores el panorama. Los más inquietos fluyen con el fuego, con el carbón, las chispas y el viento. Otros más tranquilos habitan los ríos, mares y océanos. Los más desesperados han huido lejos, se han convertido en cometas, estrellas y galaxias enteras. Ella era así. La tierra también fue un fantasma.


Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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In Ficciones
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Vanidad de vanidades pt. 2

November 22, 2014 Luiz A. Canedo

Fotografía: Fuente

No hay nadie que no haya sufrido una decepción ¡todo eso tiene tan poca importancia!” dijo Varinka tomando su sombrero, y besando otra vez a Kitty, sin haberle dicho “lo que era más importante”, se alejó y desapareció en la oscuridad de una noche de verano, llevándose el secreto de su decoro y su envidiable tranquilidad.”

Ana Karenina.

Tengo algún tiempo leyendo esta novela de León Tolstoi, y me topé con una pequeña escena que no salió en la adaptación al cine con Keira Knightley: es el encuentro de Kitty y Varinka, dos personajes que han sufrido desilusiones amorosas (bueno, en realidad todos en el libro se la pasan sufriendo desilusiones románticas, pero vamos a enfocarnos en estas dos). Lo llamativo de este encuentro es la manera en la que ambas lidian con sus respectivas cargas: Kitty se encuentra tan devastada por la desilusión que su familia piensa que está enferma y llama a distintos doctores. Éstos le recomiendan viajar al extranjero como tratamiento donde conoce a Varinka, quien, a pesar de que su prometido se terminó casando con otra, se encuentra con una paz imperturbable. Y no es que no le duela la herida, pero es capaz de vivir con la cicatriz. Al conocerla, Kitty intenta saber desesperadamente cuál es el secreto. Varinka no sabe muy bien cómo contestar a la desesperación de Kitty y se limita a responder con sencillez que “hay muchas cosas más importantes”.

Algunos tal vez quisieran tomar a Kitty por los hombros y soltarle un -“ya supéralo, mujer”-, pero en su defensa, estamos hablando de una época en la que la completa valía e identidad de las mujeres vienen de casarse “tipo bien” (ahhh cómo han cambiado las cosas en Monterrey, ¿no?). Sin embargo, también es cierto que todos en algún momento nos encontramos en ese lastimero estado de un amor no correspondido. En la misma novela, alguien afirma que “el amor es una enfermedad que todos tiene que padecer en su momento, como la varicela”. Nos rompen el corazón, y lo rompemos contra otros. Es una quebradera sinfónica en todo el mundo, todo el tiempo. Algunos sanan rápidamente, otros tenemos hemofilia emocional. Sin embargo, creo que cuando escribe el encuentro de estas dos mujeres Tolstoi está apuntando a algo más profundo que la capacidad de coagular un desamor más rápido que otros.

Ernest Becker, en su ensayo “La negación de la Muerte”, explora la necesidad que tenemos de darle sentido a nuestras vidas ante la inevitable visita de la Parca. Él considera que tenemos una necesidad innata de entregarnos a algo superior a nosotros, de donde provengan nuestro sentido de aprobación, identidad y propósito. Para lidiar con esta necesidad acudimos a tres soluciones: una de ellas es a través de la trascendencia de nuestra obra, sobre la que ya escribí brevemente. La segunda, es lo que Becker llama “La solución romántica”.

Básicamente, dado que el hombre moderno ya no tiene un Dios al que acudir en búsqueda de identidad, sentido, valor o salvación, lo busca en la persona amada: ella es nuestra nueva deidad:

“…el hombre moderno se ha arrinconado a si mismo en una situación imposible. Aún necesita sentirse heróico, de saber que su vida importó; aun necesita sentirse “bueno” para algo verdaderamente especial. Si ya no se trata de Dios, entonces ¿qué?. Una de las primeras maneras que se le ocurrieron fue “la solución romántica”: arregló su necesidad de heroísmo cósmico en otra persona en la forma de objeto amado. La auto-glorificación que necesita en su naturaleza más profunda, ahora la busca en su amante. El amante se convierte en el ideal divino para darle sentido a nuestras vidas …Es verdad que a lo largo de la historia siempre ha habido una competencia entre objetos de afecto humanos y divinos… pero la mayor diferencia es que la sociedad tradicional, el amante no sería completamente absorbido en la dimensión de lo divino; en la sociedad moderna si lo hace”

Sólo escuchemos la letra de nuestras canciones:  “eres mi religión”, “mi salvación, mi esperanza y mi fe”, “mi credo”. Usamos palabras reservadas en el pasado para nuestras deidades. Buscamos eternidad, hacer una entrega absoluta, dar devoción completa, y la queremos entregar a nuestras parejas. Encarnamos al dios romántico en uno o múltiples avatares.

El problema con los dioses de carne es que eventualmente se rompen: aquella persona que creíamos era la solución de nuestro vacío existencial es tan imperfecta como nosotros. Ernest Becker (un ateo, por cierto) continúa:

“Incluso el que juega el rol de Dios en la relación no puede soportarlo por mucho tiempo, ya que en algún nivel, sabe que no posee los recursos que el otro necesita y exige. Él no tiene la fuerza perfecta, seguridad perfecta, el heroísmo seguro.”

En otras palabras ¿cómo podemos esperar salvación de alguien que también necesita ser salvado? Buscamos que nos den una aprobación que no podemos darnos a nosotros mismos, pero ¿cómo recibir la aprobación de dioses que también necesitan de aprobación? El que hace de Dios en la relación “no puede soportar la carga de la divinidad, por lo que debe resentir al esclavo. Además, siempre está ahí la incómoda realización: ¿cómo se puede ser un verdadero dios de un esclavo es tan miserable e indigno?“.

Culturalmente estamos obsesionados con enamorarnos: fall in love or die trying . Pero ¿por qué centrar nuestras vidas, y nuestro valor en algo tan volátil?

No digo que el amor romántico no importe. No digo que haya un dolor inherente al riesgo de amar. Pero si nuestra respuesta a la afirmación de que “hay cosas más importantes” es, como le contestó Kitty a Varinka, “¿cuáles?” estamos mostrando síntomas de un vacío existencial profundo que intentamos llenar por medio de romance.

Tal vez, como Kitty terminará descubriendo en la vida de Varinka, la respuesta está en dejar de entregarse un dios mortal y regresar a la entrega de Uno eterno. Tal vez, incluso si ya lo hemos encontrado, sea necesario recordarnos que pueden no haber suficientes doctores para los corazones rotos de esta ciudad, pero hay cosas más importantes de qué preocuparse.


Sobre el autor:

Luiz A. Canedo

Bloggero de opiniones que nadie pidió, fotógrafo compulsivo, músico callejero, viajero con un talento natural para perderse, teólogo de café, político de sobremesa y pecador en rehabilitación, narcisista autodescriptivo.

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In Despertares
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20 de Noviembre

November 20, 2014 Federico I. Compeán

Fotografía: Fuente

Hace más de 100 años el país se vio envuelto en uno de los períodos más sangrientos y de mayor inestabilidad política y social en la historia de la nación. El 20 de noviembre es la fecha que elegimos conmemorar ese período año con año, dando vitoreo a los supuestos héroes revolucionarios que forjaron el México en el que nos tocó vivir. La verdad es que al día de hoy, poco parece haber cambiado.  

Sin querer caer en sentimentalismos históricos o, por el contrario, apuntar las ironías de rememorar acontecimientos de hace un siglo que aún reflejan el accidentado proceso de formación del país; si es importante hacer énfasis en el contexto de un 20 de Noviembre como el que hoy estamos a punto de vivir.

El clamor del pueblo –ese pueblo minoritario con acceso a internet y a los medios masivos de comunicación- es de hastío y cansancio ante el agravio de los normalistas desaparecidos. Una tragedia que trae consigo un peso ya mayormente simbólico que de verdadero desprecio por el hecho violento en sí.

Aquí surgen entonces dos corrientes completamente opuestas –como es tradición de los juegos políticos modernos- y un eje común que reverbera en el contexto de muerte, violencia y caos que Noviembre materializa en su cotidiana naturaleza.

La primera habla de una indignación casi mecánica. Fuera de los familiares de los normalistas desaparecidos, la labor simbólica de falsa apropiación del sufrimientos de muchos de los indignados no es solo predecible, sino molesta. Habrá quien haya tenido la sensibilidad y la empatía para reflexionar esto más allá de otra gran emergencia que requiera posters, hashtags y marchas; pero la mayoría son los mismos inconformes que, cuál nómadas, emigran de crisis en crisis para explotarla acorde a su hambre ideológica, política o propiamente de ego. Así, a lo largo del desarrollo de este acontecimiento tan terrible, poco a poco nos dejarán el campo de ideas en el mismo estado de aridez que lo encontraron al tiempo que se movilizan al siguiente gran escándalo; sea real o creado.

La segunda corriente atiende a los que les ofenden las formas. Esos prístinos estetas de la oficialidad que se consideran ciudadanos modelo; apelando a la difusa moral de tradiciones, leyes y principios anticuados de buen comportamiento, orden y compostura. Son esos que prefieren reclamar la quema de una puerta a la quema de los estudiantes. Aquellos que encantan de escupir la gran falacia de nuestros tiempos –potencializada por un buen número de literatura de auto-ayuda- de que el cambio empieza por uno mismo.

Cuando desnudamos ambas corrientes nos topamos con el mismo absurdo en su estado puro e inalterado. La raíz de los insufribles comentarios y conductas de ambos perfiles de ciudadanos de opinión es la misma. El mismo núcleo podrido, blando, plano y vacío en perpetuo encarcelamiento consciente. Ambas exhiben el mismo fervor involuntario de asfixiar cualquier signo de pensamiento crítico.

No hay que equivocarnos, no en un momento tan grave, tan veloz y tan peligroso. Ahora que no podemos abrigarnos del frío que siente nuestra humanidad al ser despojada de toda justificación existente de sentido es cuando más despiertos tenemos que estar. Ese mordisco gélido de realidad en los huesos es de los pocos recursos con los que contamos para entender y re-entender la naturaleza y significado de la palabra Revolución.

La realidad nos está jugando sucio, muy sucio. La inercia de seguir en este infructuoso juego de reclamos, culpas, indignación y simbolismos es caer, de nueva cuenta, en el engañoso mundo de apariencias que nos ha hundido en esta barbarie moderna. No podemos sucumbir ante la hipotermia intelectual, espiritual y vital en un momento histórico tan importante.

El teatro del Estado es poco más que una burla. El que sigamos embobados con sus dramas, hábitos y espectaculares puestas en escena es poco más que vergonzoso. “Fue el Estado” reclamamos mientras en una cruel ironía exigimos a ese mismo Estado ilegítimo que transfigure en un poder lo suficientemente grandioso para curar la misma mezquindad con lo que lo formamos.

El crimen organizado se ha vuelto otro concepto estático más. Una palabra que de inmediato da carta abierta a nuestras cansadas mentes para evitar cualquier tipo de reflexión ante la multi-variabilidad de nuestro detestable presente. Hay un crimen organizado, y eso es razón suficiente para entender el –casi lírico- absurdo de nuestra maldita realidad.

Las palabras subrayadas son altamente ambivalentes, confusas y endebles. Sin embargo son pilares de todos los argumentos y pseudo-argumentos que potencializan el actuar del grueso de nuestro sector activamente participativo. Es importante entender estas contradicciones. Ser lo suficientemente humilde como para renunciar, no al espíritu de lucha e inconformidad, sino al círculo vicioso que nos hace alucinar que el país va a cambiar a través de los mismos mecanismos que lo tienen podrido. Es igualmente estúpido pensar que el gobierno, en cualquier nivel, tomará responsabilidad de nuestra precipitación colectiva al abismo; como el imaginar que si no damos mordida y nos portamos bien; en unos cuantos años el tejido social se regenerará por sí solo.

El día de hoy hay que salir a las calles, pero no para llenarlas de consignas repetitivas y vacías. No para gritar frases de mercadotecnia ideológica y de política compasiva. No para ofender a las instituciones con la misma violencia que nos obliga a refugiarnos en ellas. No para legitimar al Estado dándole la cara por los crímenes que este cometió. No para exigir infantiles nociones de justicia mal entendida, ni para expiar nuestra mediocridad moral en un acto simbólico de catarsis.

El día de hoy hay que retomar las avenidas del país con la misma fuerza y convicción con la que tenemos que retomar las avenidas de nuestra mente. Hay que salir para aceptar, con humildad, que el fracaso es colectivo y la justicia no vendrá desde fuera. Hay que marchar para encontrar el camino, el diálogo y la reflexión en comunidad. Hay que salir a enfrentar nuestra vulnerabilidad y retar las barreras de poder ficticias que se elevan por sobre las mismas apariencias de las que damos licencia en nuestro andar diario.

Así como la revolución comenzó el 20 de Noviembre y aún sigue sin terminar del todo; así tenemos que salir con la convicción que los únicos cambios rápidos son aquellos que se fuerzan a través de la violencia y cuyos espectros permanecen más allá de la muerte de cualquier ideal histórico.


Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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In Despertares
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Notas sobre la muerte del Mayor Sabines

November 18, 2014 Marcela Reyes

Fotografía: Fuente

La poesía de Sabines siempre es precisa, y al hablar de la muerte de su padre sus palabras desgarran hasta lo más hondo. No hay lugar para malinterpretar, él es muy claro y vacía todo, no deja nada para él. 

Respecto a este compendio, José Joaquín Blanco comenta, “No sólo ver morir, sino comprometerse tanto en la muerte ajena que también se pudren muchas cosas en la vida propia”. Y así es, pues a cada verso pareciera que Sabines moría un poco con el Mayor, con aquel que fue su alegría, su fuerza, su abismo. 

Jaime es brutal y no tiene reparos en mostrar su duelo, por eso tal vez pocos lleguen a comprender lo que contienen estas letras. Aquí no hay metáforas, no hay palabras más exactas “para poder recordar esos días, / los más largos del tiempo.”, tanta tristeza no permite otra cosa que la verdad. No hay cabeza (ni corazón) para otra cosa. 

El que lea Algo sobre la muerte del Mayor Sabines debe estar preparado para ver la herida expuesta, para ver cara a cara el dolor que deja la muerte. 


Sobre el autor:

Marcela Reyes

Mejor conocida en los bajos mundos del internet como Marcemars. Escribe, edita, traduce, da consejos sobre conejos y pone ñoñerías en Escritorio Público. En los últimos meses le ha dado por preguntarse cosas sobre la muerte, el duelo y el dolor.

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In Reseñas
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Nacer y Morir

November 18, 2014 Federico I. Compeán

Fotografía: Road to Eternity

No hay razón para temer a la muerte después de haber nacido. Si nuestra conciencia recordara ese estado previo al existir individual, recordaría entonces el insoportable temor al nacer.

Nacer es fragmentarnos del todo, es olvidar que pertenecemos al Universo. Es comenzar el doloroso proceso de auto-realización desde cero. Es iniciar una momentánea salida de la eternidad. Es algo verdaderamente aterrador.

Esa angustia; sin embargo, es deliciosa, motivante y valiosa. Lo es cuando se le descubre y se le comprende. ¿Quién no ha experimentado ese aterrador escalofrío de la desesperación? Ese instante dónde te encuentras totalmente consciente de la realidad que te rodea y al encontrarse fuera de nuestro control y desviada del sendero de la ética del todo, una angustia existencial y trascendental se apodera de ti. Esa realización es de lo que esta hecho el verdadero existir.

Ahora imaginemos el crudo y vivo terror de ese escalofrío potencializado en la expulsión del absoluto de las conciencias. Ese es el verdadero miedo, el miedo a nacer.

Bajo esa luz, la muerte es un proceso de alivio. Un rencuentro con la intangible y abstracta naturaleza del alma. El alma que no se explica ni en materia, ni en espiritualidad, ni en dualidad. Un alma que se explica en abstracción racional, no de una naturaleza inexistente del hombre, sino en la potencialidad absoluta de la historia del todo; ese todo banalmente denominado como Universo. Que importante es entonces la muerte en el proceso evolutivo del alma. Esa que nos pertenece a todos.

Si razonamos la muerte a partir del intelecto formalista, rígido e incompleto; es entendible que la comprendamos como algo insoportablemente aterrador. Y en esa realización se captura la ironía latente del estado actual de las cosas. Hemos racionalizado la existencia de forma tan burda y particularizada que nuestras revelaciones han provocado los mismos sentimientos irracionales y contradictorios que alimentan el miedo a vivir y a morir.

Hemos alejado el pensamiento de la universalidad, del colectivo, de la conciencia del mundo. Hemos olvidado la poderosa totalidad de la que todos compartimos un fragmento. Individualizamos las conciencia al tiempo que masificamos los pensamientos. Dominamos la receta de la alienación. Socavamos la potencialidad con aislamiento emocional e intelectual mientras mal direccionamos la unión confundiéndola con conglomeración y estandarización de conductas, valores y pensamientos.

Hemos reducido la existencia a la mecanización del actuar humano. Sometimos a la naturaleza sometiendo nuestra misma humanidad. Ahora somos esclavos de la gestión de nuestra racionalidad vacía. Hemos olvidado que somos todo, que tu eres yo y que somos uno solo; más no uno mismo. Es por ello que tememos a la muerte y olvidamos la angustia del nacer.

Lamentablemente es difícil escapar. Se castiga a quién lo intenta. Las masas se escandalizan cuando el estado de las cosas se cuestiona; cuando su visión de la vida se derrumba, cuando ven en alguien la potencialidad que poseemos todos, realizada. Ese temor colectivo ha creado mecanismos para reforzar y prevenir que se quebranten nuestras falsas y anacrónicas nociones de seguridad. Por un error del pensamiento hemos aprendido a temerle a la libertad. A esa libertad entendida y reflexionada como la comprensión profunda de nuestro existir particular en el esquema del todo. No a la versión miope y limitada que se nos da bajo conceptos “liberales” vacíos ya de toda relevancia. Es precisamente esa premisa “libertaria” que se reduce al superficial e ilusorio acto de elegir dentro de un esquema limitante y limitado la que nos ata permanentemente a la mecanización y reducción de la vida.

No se tiene ya la sensibilidad ante la delicada angustia que conlleva el existir consciente. Esa sensibilidad que se siente y se expresa más allá de todo lenguaje. Esa actitud de la que es verdaderamente posible el enamorarse, en el amor entendido como racionalización del vivir colectivo, de la búsqueda de fragmentos, del placer de sentir y sufrir. Ese amor que se nutre de la libertad descrita anteriormente. Porque no podemos confundir la angustia y desesperación del despertar estético hacia la vida con el detestable motor de nuestra misma esclavitud: el miedo.

El traicionero e ilusorio flujo del tiempo permanece neutral ante esta dialéctica universal. Cada instante se sublima y trasciende en su reflexión. Reflexión que requiere tiempo, inspiración y realización de su propia importancia. Requiere que se camine despierto, que se sueñe al dormir y que quiera uno levantarse caminando. Pero el tiempo no alcanza ya. Luchamos contra él para sobrevivir sin darnos cuenta que al sacrificarlo estamos sacrificando la misma vida que pretendemos salvar.

Quisiera vivir para fotografiar cada momento en mi mente, para llevar la insignificancia y sus nimiedades a la trascendencia que se han ganado con su solo existir. Quisiera vivir para sublimar el todo, para intentar comprenderlo, capturarlo, expresarlo y descansar en él y en la infinidad del lenguaje que lo representa. Sin embargo estamos condenados a ver y oír todo esto sin observarlo ni escucharlo.

Esta esclavitud relativa que vivimos ahonda el vacío natural de nuestro ser, trastornando la delicada y sensible angustia del existir en un miedo a la vida, a la libertad, al amor y a la muerte. Ese vacío, al ensancharse y profundizarse, nos demanda el ser llenado con sinsentidos que alivien ese irracional temor de desperdicio y soledad. Pero al intentarlo llenar solo alimentamos más su misma vacuidad; pues no solo nublamos nuestros sentidos al hacerlo; sino también nuestra mente y nuestra alma.

Hemos intentado llenarlo con alcohol, con comida, con falsas pretensiones, con fanatismos, con esperanzas vacías, con luces, con humo, con danza, con auto-destrucción, con maquillaje, con superficialidad, con religión, con compañía, con ilusiones, con trabajo, con lucha, con clasificaciones, con caricias, con ruido, con sexo, con imágenes, con droga, con “arte”, con metas inalcanzables, con discursos, con silencio, con anestesia.

Esa absurda reducción del ser es la que termina por fulminar no solo nuestra existencia; sino la colectividad de nuestras sociedades. Esa es la verdadera ignorancia, la que nos ha destruido y nos ha hecho fracasar. La ignorancia voluntaria ante la existencia.

¿Qué hay de malo entonces en morir? ¿No es entonces evidente que nacer es una mayor desgracia?

Que fácil es darse cuenta de todo lo que está mal en este mundo. Es tan sencillo que muchos se han dado cuenta ya de todo esto. Otros incluso lo habían visto venir desde hace décadas, desde la perspectiva de otros siglos. Y aun así, vale la pena repetirlo una y otra vez hasta que todos y cada uno de los fragmentos de este mundo den cuenta de estas evidentes revelaciones.

El tratar de salvar al mundo conlleva en sí un dejo inherente de arrogancia, egoísmo y soberbia. Por otro lado, la humildad del alma recae en la fe de que el mundo debe y puede salvarse así mismo.


Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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Cosas pendientes

November 12, 2014 Marcela Reyes

Foto: De la serie "Fecha de expiración" de Mariana Reyes

A veces se me olvida que estás muerto, que ya no estarás para contestarme con un comentario sarcástico y mordaz, que tampoco estarás si un día encuentro a alguien con quien compartir mi vida. Te vas a perder todo y apenas comenzábamos, apenas estábamos haciendo cosas, siendo. Justo apenas nos entendíamos después de todos estos años de estira y afloja. 

¿Cómo no estar encabronada? ¿Cómo no sentir rabia cuando veo gente muriendo a los 90, con 67 años de casados? 

Tú que ya no estás, tú que sabes todo, ¿cómo se sigue viviendo después de un golpe así? ¿Cómo sigues viviendo cuando ha muerto una gran parte de tu vida? 

Al parecer tendré que averiguarlo. Sobrevivir, sobre llevar la vida, a cuestas, porque todo pesa, dejar la casa cada mañana sabiendo que no estás. 

Dormir sabiendo que ha pasado un día más sin ti, y despertar, puta madre, despertar y enfrentar un día más —todos son grises—, lidiar con jefes idiotas, con gente que no entiende, que no tiene idea de la fortuna de querer a su padre, de tenerlo y poder pelear y reclamarle en persona. 

Estoy asumiendo tu muerte con sarcasmo, con sorna, con humor negro, porque no entiendo, no sé otro modo de hacerlo, parece una cosa tan estúpida que estés muerto. Que hayamos quemado tu cuerpo, que seas polvo. Que no vas a regresar como Lázaro. 

¡Papá! Te grito para ver si así me escuchas y te dignas a volver. A ver si decides luchar y quedarte. ¡Chingada madre! Maldigo absolutamente todo, al mundo, a Dios, a los doctores, a los pendejos del sistema de salud, al imbécil del doctor que corrió a mamá del hospital, a mí por irme cuando no debí, y a ti por pinches morirte. 

Me debes años, cumpleaños, celebraciones me debes peleas por decisiones idiotas o impulsivas que voy a tomar (for sure!). Me debes tanto. Te extraño tanto. No sabía que podía tener tanto dolor y al mismo tiempo seguir funcionando. 

Tengo ganas de mandar todo y a todos a la chingada. Tengo ganas de morirnos todos y que todo acabe. 

Perdón por ser tan dramática, es algo que nos viene de familia. 

No sé qué hacer, no sé qué hacer, todas las palabras me parecen vacías, inmerecedoras de tu recuerdo, de tu memoria. 

Las palabras son pocas para describir todo lo que sentí en ese camión cuando me dijeron: 

 

— Se murió tu papi. 

 

Tu papi, como si fuera una niña pequeña que necesita protección, and yet, ahí fui la más frágil, el ser más indefenso de todos. Ahí, en el asiento 24 de un Turimex, me sofoqué hasta que casi se me acabó el aire, hasta que el calor evaporó todas las lágrimas que tuve en esas horas. 

Nunca antes otro ser humano me repugnó tanto como mi vecino del asiento 23 con su tos y su gripa, con sus movimientos adormilados. 

Nunca he estado tan triste, tan desolada. Hay algo de la muerte que se siente tan predecible, que se anticipa y te dice: aquí vengo, cuidado que ya llego. 

Por eso cuando S. me dijo que te iban a entubar, que estabas grave, lloré como pocas veces he llorado en esta vida. Esto, tu muerte, tu enfermedad, verte tan indefenso, tan insignificante, mira que eso es fuerte. 

Lo que la gente no entiende es que la vida sí se detiene, como está detenida ahora por tu ausencia. 

En realidad te digo todo esto porque se me acaban las maneras de decirte que te extraño y porque esas palabras ya no bastan después de este tiempo, después de vivir dos meses sin ti. Las putas palabras que no existen para nombrarte, para decirte todo lo que me queda pendiente. 


Sobre el autor:

Marcela Reyes

Mejor conocida en los bajos mundos del internet como Marcemars. Escribe, edita, traduce, da consejos sobre conejos y pone ñoñerías en Escritorio Público. En los últimos meses le ha dado por preguntarse cosas sobre la muerte, el duelo y el dolor.

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Las flores a morir

November 12, 2014 Abraham Or

Fotografía: "Les Fleurs Du Mal" por Felix Bracquemond, 1857

Mientras sigues encerrada en lo más recóndito de una diminuta caja de concreto y cristal, yo sigo afuera, oliendo el aroma a panteón que emana de mi piel, a su pútrida tierra de muerte y dolo, a las espinas de flores marchitas que envenenan de pesar la latitud, al hueso corroído hasta la ceniza, a los órganos coagulosos y regordetes devorados por gusanos.

Y no es un mal hedor, solo es la embriaguez de la eternidad incorpórea.

Cierro a la par mis manos capturando la más exquisita de todas las esencias, entre mis dedos apretados pongo el ojo y diviso el olvido, es un frío remolino espacial que gotea un negro tan oscuro que causa pavor. Mis manos son  espacio suficiente donde cohabitan infinitas almas que lloran ante el espanto del último suspiro. Con mis manos cubro a plenitud un espacio dulce en donde el tiempo dejó de capturar al ayer y lanzó al abandono el transcurrir de tu legado. Mis manos se desfragmentan como estalactitas de paz al limpiar mis lágrimas. En mis manos cabe toda tu vida. Mis manos aplastan toda vida. Mis manos se desmoronan como arena soplada. Mis manos también mueren.

La muerte no es sino una mera confusión entre lo que respira a través de la carne y lo volátil de la fantasía estática. La muerte es un alfiler enterrado en el corazón que deja lentamente de sangrar. La muerte es la estaca profunda que se quedó perdida entre lo más profundo de nuestras marañas. Podrán pasar un millón de días y sin embargo las espinas se aferran a uno como la sal al mar. Podrán nacer un millón de madres y todas están destinadas a caer una vez la puesta del sol.

La muerte es vida efímera intrincada en lo más hondo de nuestras almas. La muerte es un recuerdo póstumo de la materia que se esfuma. La muerte es perderse a nado en un pajar de caos. La muerte son nubes infinitas que danzan al compás del tronido de las ramas. La muerte es cuestión de nulidad y una línea trazada por el más intenso de los carbones desde el punto cero hasta el infinito.

La muerte no se olvida, se vive:

Es un pesar tan intenso que hasta las fibras más insensibles de nuestro ser se tiñen de un rojo tan vivo que quema, extrema al espíritu y lo oprime con lo más pesado de su objeción. 

Y mientras mis órganos sigan cargados de calor vital, escupiendo, blasfemando y latiendo como marimbas silenciosas, la muerte me aguarda sigilosa, detrás de las montañas que tendré, algún día, atravesar.


Sobre el autor:

Abraham Or

Nació algún último día de algún último mes del invierno. Por un estudio que leyó, cree que la juventud termina a los veinte y cinco y la senectud, inicia a partir de allí. Debido a esto, sufre en extremo por las nimiedades de la vida, sintiendo que día a día, esta se el escapa de las manos. Escribe porque así drena las ansias, así se siente en plenitud y porque considera que en sus letras es el único lugar donde puede despotricar y desahogarse contra lo que no le gusta que es la mayoría.  Gusta del buen vivir, buen beber y mejor ser. Piensa que los problemas universales se deben al gran cáncer de todos los tiempos: la humanidad. También que en algunos varios miles de años, esta será más humanista, desprejuicida y liberal, no pierde la fe. Aunque sabe que en el fondo da igual, más pronto que tarde, utilizarán sus órganos para estudios y donación. Ea.

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Tu mamá... patria

November 11, 2014 Haydeé Compeán R.

Fotografía: Fuente

Hace algunos años ya que decidí que no era católica, que aunque conozco muchos que “si son pero no van a misa”, a mi me causaba conflicto reconocerme como tal. ¿Cuál es el punto de contarte dentro de una religión con la que no te identificas en lo más mínimo? Yo estoy a favor del divorcio, el derecho de la mujer de decidir sobre su propio cuerpo, los matrimonios homosexuales, los anticonceptivos y básicamente cualquier otra cosa con la que  la Iglesia católica se haya promulgado en contra. Para ser muy honestos, a pesar de que creo en una fuerza superior no estoy convencida de que esta deidad o como quieran llamarle, esté interesada en nosotros más de lo que está en una hormiga. A pesar de esto cuando estoy asustada todavía rezo y debo confesar que a veces me he encontrado preocupada con la idea de que sí exista el infierno y mi alma esté condenada para toda la eternidad.

Después de todo, yo fui criada en el seno de una familia devota y es difícil sacudirse años y años de educación religiosa –sí, soy hija del verbo encarnado ¿hay acaso, nobleza mayor?- Cuando tenía pesadillas mi mamá me decía que rezara un padre nuestro y cuando nos iba bien económicamente o teníamos algún éxito familiar íbamos a la iglesia a dar gracias. El catolicismo está anidado en mi corazón –muy a pesar mío- porque está estrechamente ligado con mi infancia y con mi familia, con las personas que más quiero. En momentos difíciles, mi mente vuelve al confort infantil de un Dios que todo lo puede.

Mi amor por México es algo similar; un sentimiento que puedo reprimir cuando veo datos duros, leo noticias o simplemente cuando tomo consciencia de que lo primero que tengo que hacer al subirme a mi carro, es poner los seguros. Desde mi muy personal punto de mi vista, un país no es como tener un hijo, no le debemos amor incondicional, es necesario que existan razones para que nos enorgullezca y para mí el “incontrovertible sentido del humor del mexicano” no es suficiente, con la pena.

México es uno de los países con mayor número de muertes violentas de mujeres, el número uno en obesidad, el número 10 en asesinatos a periodistas, el peor en nivel educativo y también de los más corruptos de los países de la OCDE, el que tiene las jornadas laborales más largas e incidentalmente, creo que el único que tiene gente que de hecho se siente orgullosa de eso.

Más allá de las cifras, para mí, es donde en una entrevista laboral me preguntan si planeo embarazarme próximamente, donde la policía de mi ciudad está militarizada,  donde no puedo caminar en la que calle sin que me falten al respeto y es donde hubo una balacera con armas largas afuera de mi casa, olvídate de los asaltos y los arrimones ¡civiles usando metralletas! Es donde llamamos una ciudad segura si lo peor que tiene son asaltos; y sin embargo, el patriotismo nos ofrece la idea de que aquí es donde queremos echar raíces y tener hijos y ponerles discos de Cri cri y hablarles de Chabelo y explicarles con orgullo lo que significan los colores de nuestra bandera, donde el buscar una mejor vida en otro lado es mal visto porque “¿por qué no te quedas y cambias las cosas?” qué importa que ni los nietos de mis nietos lleguen a ver alguna vez un mejor panorama, hay que ser sacrificados y nobles en nombre de un trozo de tierra donde nacimos en un evento completamente fortuito.

Aún así, igual que mi catolicismo, mi amor por México es algo de lo que no me puedo desprender, está embebido en mis entrañas, fusionado con todos los recuerdos de mi niñez y el cariño de toda mi familia y todos mis amigos. La lógica y las estadísticas de la OCDE pierden peso contra Cielito lindo, el pozole de mi mamá, la quema de castillos, los mercados de Morelia, las calles de Querétaro y los comerciales de “eres México” (y qué).

Es complicado pensar que tienes la oportunidad de hacer una vida en otro lado, tener hijos que podrán tener acceso a uno de los niveles educativos más altos del mundo, a servicios de salud gratuitos y de primer nivel (perdón IMSS), a caminar por las calles sin miedo de ser asaltados, secuestrados, violados o asesinados, a sistemas de gobierno que funcionan, a jornadas laborales decentes, a vacaciones largas, pero sentir al mismo tiempo que no puedes porque le debes algo a un ente amorfo que lo mejor que te ha dado es un boleto para alejarte de él.


Sobre el autor:

Haydeé Compeán R.

Estoy en contra de casi todo. También me quejo en twitter.

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La personal, terrible y pequeña tragedia de Jesús Araujo

November 11, 2014 Lérida Jerez Sánchez

Fotografía: Fuente

“Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo”

Antoni Porchia

 

Hay algo que tienes que comprender sobre Jesús Araujo, él era el tipo de hombre que quería trascender. Tu megalómano promedio que quiere alcanzar la dominación mundial antes de los 45 años y que se masturba mentalmente con las conquistas de Alejandro Magno.  El típico loco que soñaba con que cuando la gente dijera su nombre evocaran su rostro.

Jesús tenía 33 años y como le gustaba repetirse todos los días frente al espejo en un inglés con cierto acento tenía “the right job, the right ride and the right bitch”.  

Empezó a trabajar a los 24 años, recién egresado de la escuela más cara de todo el país, como consultor legal en la firma del primo hermano del mejor amigo de su padre. En menos de 10 años había logrado brincar, gracias a un montón de estratagemas, de las leyes  y pequeño defensor de las causas justas a estrella refulgente de la política local y figura vagamente relevante a nivel nacional.

Sus actividades, llamémoslas extracurriculares para mantenernos políticamente correctos, le permitieron darse un estilo de vida suntuoso. Su orgía de excesos culminó en un Koenigsegg Agera S, un carro que tuvo que importar desde Suecia y que aceleraba en 2.9 segundos con todo el brío y testosterona que pueden comprar 1.5 MDD.  

A los 27 se casó con una mujer que conoció a las afueras del Congreso. Ella iba en su propio camino al éxito cuando la atrapó.  Era francamente el trofeo perfecto, lo suficientemente lista y preparada para brillar sola si así lo deseaba, pero totalmente consciente sobre cuál era su lugar en la relación que ambos llevaban: callada a menos que se le dijera lo contrario, madre de sus hijos y con derecho a disfrutar de su dinero.

Ahora que tienes una leve idea de lo que era, deja que te cuente las últimas horas de su vida, intrascendentes y vacías.  

Como todas las noches ominosas ésta estaba sumida en el silencio, no corría el aire y no respiraba la casa, todo estaba esperando que algo sucediera. En esta paz aparente Jesús dormía sólo en el sillón de su despacho. Abrió los ojos de repente y la sacudida fue tal que pudo sentir algo desaparecer de su cuerpo. Como el dolor en el abdomen cuando te levantas muy rápido y el vértigo cuando bajas una escalera sin pausas.

Así como así había perdido su conciencia de la muerte.  Jesús no sabía que íbamos a morir; ni él, ni tú, ni yo. Ya no participaba en la tristeza colectiva que nos produce la certeza de nuestro inevitable final.  Gracias a esto la oscuridad ya no era muerte, pero la luz tampoco era vida. De forma tan rápida e indolora Jesús se alejó un poco de las filas humanas.

Venga, no te me quedes viendo así. No es que el sujeto se volviera inmortal, simplemente no sabía que un día iba a morir.  Por su puesto que todos vivimos con una eterna negación al respecto, pero hay una diferencia muy clara entre eso y sencillamente no computar que va a pasar. Te lo pongo así, puedes negarlo lo que quieras pero una parte de ti lo reconoce como verdad inamovible.

El Lic. Araujo permaneció acostado unos momentos apretando fuertemente las manos, encandilado por la luz todavía prendida en el despacho. No podía mirar hacia afuera así que cerró los ojos y miró hacia adentro. Se dio cuenta que faltaba algo pero no sabía bien qué.

Memorias que le habían acosado durante todos sus días esta noche parecían no tener peso ni sentido. Pensó en aquella vez cuando tenía 5 años y su pez mascota flotaba panza arriba en la pecera. Pudo verse claramente llorando, podía ver el rostro de su madre intentando explicar algo  y podía escuchar su voz infantil decir “mamá, eso me da mucho miedo” mientras se secaba la cara con sus mangas y sorbía los mocos.

Se acordó de cuando tenía 12 años y se acabaron las visitas al abuelo los domingos. El padre intentando pintar una versión desdibujada y deforme del viejo, fallando primero en los detalles y luego en la generalidad. Borrando al hombre que habían conocido y convirtiéndolo en una caricatura conveniente que se mencionaba de vez en cuando durante la cena.

Esta parecía ser información relevante para su vida, una de las varias experiencias que lo habían convertido en el hombre que era pero en ese momento ya no podía asignarles el valor que habían tenido antes.

Pasados unos minutos desde que despertó, con cierta claridad volvió a abrir los ojos pero en esta ocasión a conciencia. Quiso levantarse como siempre y hacer su ritual “the right thing, the right stuff and the right what?” no podía recordar bien cómo iba y ante mayor análisis realmente ya no quería hacerlo. Prefirió decir en voz muy baja: “bueno y todo esto, ¿para qué?”. Sus medallas se transformaban en nimiedades.

Jesús se daba cuenta que el impulso se le escapaba de las manos, esa cosa que faltaba había sido vital para mantener la coherencia de la vida y su movimiento, había sido la batuta que lo había marcado todo.

Para él todo perdió sentido, la lucha por la trascendencia sobre sí mismo que había abanderado se quedaba sin líder, porque cuando crees que todo es eterno pierdes la necesidad de ser recordado.

En su alma ya no encontró razón. Inerte permaneció Jesús Araujo en su despacho a veces con el incesante sonido del teléfono como música de fondo, otras con su respiración cada vez más pausada y de vez en cuando al son de voces que ya no significaban nada.

No quiero decirte que Jesús se nos fue de un momento a otro. Hubo convulsiones sorpresivas de voluntad, pero era voluntad de la barata. La que te lleva a cambiar de posición o a contestar con monosílabos nada de ésa que a veces mueve al mundo ni la que te deja vivir más de unas cuanta horas. Ya no salió Jesús de su despacho ni para cambiarse y mucho menos llevar acabo el destino que había creído desde siempre. Murió en su sillón, sin darse cuenta y sin darle importancia a lo que dejaba de sí mismo.


Sobre el autor:

Lérida Jerez Sánchez

Lérida (sí como Mérida pero con L), nació en el D.F. pero actualmente reside en Nuevo León. Periodista de carrera desde hace algún tiempo alterna sus días entre proyectos sociales y escribiendo discursos a los que su jefe no les hace justicia cuando los lee. Con un particular gusto por escribir en la madrugada, se mueve entre la realidad y la ficción.

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Esperanza y otras burlas modernas

November 11, 2014 Federico I. Compeán

Fotografía: Fuente

Dicen que la esperanza muere al último, lo cual me hace cuestionar si entonces todo esto debió haber llegado a su fin hace ya algunos años. Hablar de muerte en la actualidad invita de forma automática a hablar de violencia, pues en México ambas se han vuelto inseparables. Lo que anteriormente era una fecha para recordar a los que, por la misma inevitabilidad de la muerte, partieron antes que nosotros; ahora es un desagradable recordatorio de que vivimos en un país donde la vida no se respeta.

Lo anterior ya alcanza a sonar cliché, con todos los signos alarmantes que eso conlleva. La más reciente y relevante crisis de nuestro desquebrajado Estado es, claramente, Ayotzinapa. Es triste el sentirme apesadumbrado por el solo hecho de tener que estructurar un discurso sobre esta coyuntura tan terrible; aunque después, ante el reconocer que todo este entresijo es utilizado como recurso de mercadotecnia federal; me remonto a la Rana René como figura de liderazgo auténtico y se me pasa.

Lamentablemente es muy probable que no encuentren a los 43 desaparecidos así como no han encontrado a los otros 25,000. Pero así, con un par de meses de "esfuerzo" e "investigaciones" el Estado habrá justificado la condición actual de las cosas. Se tendrá la ilusión de compromiso, cierto salpique político al PRD y en una cuantas semanas cerrarán todo el show al tiempo que México estará listo para volver a su insoluble realidad.

Es casi molesto ver cómo la gente, en todos los niveles sociales, intelectuales o políticos, dan un estandarizado pésame a la nación al tiempo que se rehúsan a cuestionar o interiorizar la magnitud de la crisis. Para muchos el tema resulta totalmente “nuevo”, lo cual ya es indignante. Así, una masa de mediocridad intelectual se abalanza a soltar opiniones, quejas y recomendaciones sobre una realidad que voluntariamente ignoran.

Anteriormente me parecía pretensioso excluir o demeritar opiniones de temas sociales o políticos por la idealización estúpida de que cualquier signo de participación era positivo por sí mismo. Pero así como la ética me ha llevado a cuestionar la inherencia de la moralidad en actos sin contexto; así las opiniones ignorantes e irresponsables de aquellos que aún consideran a la televisión una autoridad crítica me han llegado a parecer detestables.

Se podría decir que la esperanza, entonces, ha muerto en mí. Que su accidentada trayectoria en mi endurecido corazón llegó finalmente a su fin al encontrarse con golpe tras golpe de prepotente antipatía y el sofocante aroma de una presunta intelectualidad. Con un abierto nihilismo “reconstructor” es posible incluso disfrazar cierto dejo de vitalidad existencial en mi negativismo burdo y, casi, ofensivo. Las estelas de sarcasmo embebidas en este texto complicarían incluso la supuesta seriedad e intención del mismo; sin embargo todos estos sentimientos se han vuelto tan intercambiables y cotidianos que al re-leer estás líneas siento un tono principalmente objetivo.

La realidad es que este tipo de pesimismo excluyente y crítica, aparentemente vacía, se han vuelto los pocos sentimientos sinceros que puedo rescatar de la retórica diaria de un México en colapso. Vale entonces citar a Dewey para tomar un respiro y continuar la reflexión de manera más amigable:

 

“La grave amenaza a nuestra democracia no está en la existencia de estados totalitarios extranjeros, sino en la existencia, dentro de nuestras propias actitudes personales y dentro de nuestras propias instituciones, de condiciones semejantes a las que en otros países extranjeros han dado la victoria a la autoridad externa, a la disciplina, a la uniformidad y a la sujeción al líder. En consecuencia el campo de batalla está también dentro de nosotros mismos y de nuestras instituciones”1

 

Si leemos el párrafo anterior con el mismo desahucio cognitivo con el que respiramos el día a día, podríamos rápidamente interpretar algo en el orden del “cambio está en uno mismo”. Discurso ridículo, complaciente y uno de los preferidos de esos enviciados amantes del “pensamiento positivo” que asumen que al cubrir la mirada con un filtro rosa todo retoma sentido, incluyendo nuestra ficticia racionalidad.

Sin embargo lo que Dewey describe arriba es un llamado de atención a una condición característica de hoy en día: la superficialidad. Una superficialidad adoptada como el disfraz preferido de la indiferencia moderna. No es que nos hayamos rehusado a actuar u opinar; sino que nos hemos rehusado a hacerlo de forma consciente, crítica y reflexionada. La crisis que describe entonces no es de valores, ni de medios, ni de métodos; sino de propósito. Vamos como una boya sin amarras diría Ortega y Gasset, quien desde principios del siglo XX –es decir, hace más o menos 100 años- ya advertía esta crisis del espíritu humano.

Resulta entonces intelectualmente doloroso para nuestra generación el darnos cuenta que somos la materialización de todo aquello que los prominentes intelectuales del siglo pasado temían para las sociedades modernas. Somos una pesadilla histórica hecha realidad. Somos prueba viviente de que el vínculo entre razón e historia es más frágil de lo que cualquier teórico de la Escuela de Frankfurt pudo anticipar. En pocas palabras somos la generación que mejor refleja (a la fecha) el triunfo del hombre masa:

 

“… hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón […] la manifestación más palpable del nuevo modo de ser de las masas”2

 

Podría citar aquí todo aquel brillante ensayo que desmenuza el fenómeno de las masas y no habría una sola idea que no describa nuestra inmadurez colectiva. Así, nos perfilamos como la generación más avanzada y rica en recursos tecnológicos y económicos al tiempo que somos una especie de retroceso intelectual y humano. Una combinación tan peligrosa como el caso de esos ingenuos niños que toman una Uzi en un campo de tiro solo para perder el control y dispararse ellos mismo en la cabeza. Lo más aterrador es que son nuestros padres quién nos han autorizado (e insistido) en hacer tal estupidez.

Pero dejémonos de alegorías y tomemos otro de esos bellísimos ejemplos con los que no bendice nuestra masificada cultura de medios. Esa nefasta producción cinematográfica llamada “La Dictadura Perfecta”. La parodia solía ser un fino e inteligente juego entre la realidad, la ficción y la divina comedia. Esta obra de Luis Estrada no solo es mediocre; sino burda, aburrida y, desde esta óptica de crisis reflexiva, dañina. Carente de ritmo y con su “broma” principal extendiéndose alrededor de 40 minutos más de la cuenta, sus mejores chistes son malas re-ediciones de instancias jocosas de la vida real en nuestras redes sociales. No aporta nada al tema, no dice nada que no se sepa, no profundiza (o si quiera intenta hacerlo) en ninguna circunstancia y obviamente no posee ninguna contribución en términos creativos o cinematográficos.

Es un llamado desesperado a reírnos de nuestro patético presente; porque en México, para bien o para mal, no se pierde nunca el sentido del humor. De esta manera nos enfrascamos sin querer en un pesimismo ético disfrazado con el empalagoso caramelo de la comedia mediocre. La película es reflejo de los mismos memes que intenta emular. Un retrato de la impotencia cotidiana, de lo infructuoso de nuestra crítica y de lo mecánico de nuestro actuar. Nos invita a intentar reír pues ya nos hemos cansado de llorar. Nos invita a seguir siendo inconsecuentes, pero en vez de en el dolor lo haremos en la risa. Nos invita a anestesiarnos y seguir perdiendo la poca sensibilidad que nos queda para quedar, ahora sí, totalmente adormecidos ante la descarada y desgarradora realidad de nuestros tiempos. Este tipo de contenidos continúan, irónicamente, preparando el terreno para todo aquello que intentan criticar.

¿Qué nos queda entonces si argumento que la misma esperanza ha muerto ya? Entendamos bien la bifurcación delante de nosotros. La muerte no es precisamente el final y la burla no tiene tampoco por qué ser negativa. Despertemos al absurdo con aquella lucidez que Camus invitaba en sus devenires existenciales y emancipémonos de la paralizante esperanza de un final deus ex machina.

No existen especialistas cuando la racionalidad misma pesa. Dejemos el vicio mexicano del caudillo, del experto, del que espera un líder que nos diga qué hacer. Retomemos nuestra individualidad, no como alegoría de consumo; sino como estandarte de creación. Hagamos de la crítica un ethos de acción y no un artefacto discursivo.

Dejemos de buscar afuera, de seguir a gente de otros países que no entienden la mexicanidad, de menospreciar la opinión del trabajador, de ignorar el inmaduro reclamo del joven, de escuchar al líder que vive de ser mercenario del Estado, de creerle al académico que no deja espacio para preguntas, de respetar al emprendedor que replica en vez de crear, de admirar al filántropo que no cuestiona la existencia de la filantropía, de exaltar al artista que nos dice cómo debemos interpretar su obra, de reconocer al innovador social que nunca ha hecho sociedad ni con sus vecinos, de creer en el periodista de opinión que se resguarda en medios ilegítimos o de aspirar a ser aquellos individuos con los cuestionables estilos de vida que envidiamos.

Hace falta ir más allá, más adentro y más al fondo de las ilusiones que protegen el núcleo de la eterna pesadilla de un México destinado al milagro de un mítico y grandioso despertar; pues cuando el país esté listo para hacerlo es posible que no haya mucho por lo que valga la pena estar despierto.

 

1. John Dewey en Libertad y cultura (1939), México, Uteha, 1965

2. José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, México, Colección Austral, 2010


Sobre el autor:

Federico I. Compeán R.

Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.

Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.

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Vanidad de Vanidades pt. 1

November 11, 2014 Luiz A. Canedo
vanidad-de-vanidades-1

Fotografía tomada de “Año Nuevo a la Teotihuacana”

“¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana? Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.” Eclesiastés 3:9-11

 

Hace unas semanas, el disco duro con muchísimo de mi trabajo fotográfico y fílmico decidió colapsar. Esa fue, de hecho, una de las razones por las que tomé la decisión de finalmente empezar a publicar en este blog las fotografías que accidentalmente respaldé.

El trágico evento de mi disco me puso a pensar sobre la fragilidad de nuestro trabajo, de lo rápido que pueden llegar a quedar en el olvido nuestros esfuerzos: Vanidad de vanidades, todo es vanidad, dijo el Predicador.

Ernest Becker en su ensayo “La Negación de la Muerte” habla de cómo los seres humanos buscamos 3 soluciones  para lidiar con la inevitabilidad de nuestra muerte. Una de ellas es la creación, la trascendencia por medio de nuestro arte. Sin embargo, como lo comprobó mi disco duro ¿qué garantía tenemos de que nuestro Arte nos trascenderá y será nuestra aportación al futuro? ¿qué pasa si nuestros libros se queman con la biblioteca de Alexandría?  ¿qué pasa cuando caemos en cuenta de que tarde o temprano, nuestra obra se pierde para siempre?.

El Arte termina siendo insuficiente para darle un propósito último a nuestra propia existencia. La conclusión a la que llego es que una pieza artística está destinada para ciertos espectadores en un tiempo determinado: tal vez sean millones por generaciones, o tal vez sean unos pocos testigos de un estornudo en la Historia del Arte.

Ahora bien, nuestra obra podrá no ser eterna, pero existe la posibilidad de que llegue a encender un pequeño chispazo de eternidad a otro ser humano, algo que se queda con ellos y los transforma (¿transtorna?) y para los que creemos en la inmortalidad del alma humana, eso convierte nuestro trabajo artístico en algo eterno. Así que, mientras espero que los cirujanos digitales me avisen cuánta información pudieron rescatar de mi disco duro, y tratando de prolongar un poco más la existencia de mi obra, seguiré subiendo fotografías a la nube, y escribiendo mensajes en esta botella que lanzo cada semana al océano digital : existan el tiempo que tengan que existir, véanlas quien deba verlas, y bailemos mientras dure la canción: puede que la melodía haga eco en el infinito.


Sobre el autor:

Luiz A. Canedo

Bloggero de opiniones que nadie pidió, fotógrafo compulsivo, músico callejero, viajero con un talento natural para perderse, teólogo de café, político de sobremesa y pecador en rehabilitación, narcisista autodescriptivo.

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Fantasmas, memoria y dolor

November 11, 2014 Revista Ataraxia
mictlan

Fotografía: Mictlán

La muerte es el sustantivo de la inevitabilidad. Es un concepto que ignora fronteras, tiempo y circunstancias. Es tan definitiva en sus consecuencias como tan aleatoria en su llegar. La muerte no es solo el hecho en sí, sino el drama existencial que le precede, el dolor cotidiano que le sigue y el fantasma inagotable de la memoria que produce. Somos, tras aquel último adiós, los recuerdos de quienes lloran nuestro partir. La muerte plaga entonces todas las dimensiones  de la vida. El constante reflexionar sobre esta produce desazón, urgencia y temor. El ignorarla es un hábito común; pero infructuoso. Tratar de evadirla o, incluso, vencerla; es signo de una ingenuidad casi estúpida.

¿Qué nos queda entonces sino re-interpretarla como condición, realidad y desenlace?. Hacerla pilar de aquella significancia que el absurdo del día a día nos obliga a olvidar. Hablar de la muerte es, por sí solo, ejercer vida.

No sé trata en ningún momento de desafiarla, sino de reconocerla. La muerte tiene el poder de hacer efímeras las grandes voluntades humanas; desequilibrar las estructuras de temporalidad; generar angustia y desasosiego; darle valor a la ilusión del tiempo; producir fantasmagorías en la mente; y despertar inquietudes más allá de toda inercia existencial en un mundo dónde pocos sentimientos aún logran cobrar vigencia más allá de la bidimensionalidad de las imágenes.

En el folklor mexicano, es complicado el disociar a la muerte del mes de noviembre. Hoy más que en otros tiempos la relación entre nuestra patria y la elusiva esencia de la expiración cobra una relevancia que se hace evidente por medio de la naturaleza de la violencia y los diferentes mecanismos que le dan lugar. Así, la muerte se vuelve doblemente preocupante; pues ya no es solo un hecho natural del devenir humano sino un síntoma de la podredumbre social. Sea mediante la violencia, la indiferencia, la superficialidad, la opresión o la simple inercia; nuestros tiempos acompañan la cotidianeidad de constantes maneras de morir y matar.

Con esa intención Ataraxia pretende recoger relatos alimentados del poderoso despertar que produce el fenómeno de la muerte en los que aún estamos vivos. En esta primera edición pretendemos redimensionar la generalidad de la muerte en contextos, circunstancias e interpretaciones específicas. Escribimos para leer lo que la muerte y sus fantasmas representan en un momento histórico en el cual las conversaciones, costumbres y hábitos giran en torno a la negación de la vida.

Transformemos, pues, la muerte. Transfiguremos su esencia, sus símbolos y sus significados. Ya sea mediante la creación de un texto, la reflexión del momento que lo originó o la interpretación de su estética expresiva; es tiempo de encarar las ilusiones de este elusivo espectro.

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